De campañas al Concejo, cinismo y más cemento

Por Carlos Orlas

Siempre pensé que ser joven y conservador es una contradicción orgánica. La juventud quiere cambiar, el conservador quiere mantener un estado de cosas pútrido (ver la historia reciente del conservatismo colombiano y su apoyo irrestricto al proyecto retrógrado del uribismo). El joven quiere arriesgar, es aventurero, atrevido; el conservador mantiene intactas las estructuras paquidérmicas del poder, a saber: el orden de lo tradicional, la jerarquía de los caciques políticos, el voto amarrado a favores y no al arte de servir, como pensaron los taoístas que podía ser la política. 


Finalmente, el joven quiere cambios, el conservador envejece con las castas políticas que añoran un pasado bucólico donde reina el oscurantismo, la ignorancia, el temor y el olor a boñiga.  No quieren entrar a la modernidad, mientras que el joven arriesga su vida por beber de sus jugos, el principal de los cuales es la inteligencia como guía de la acción política, por eso hace de la política un arte.

Todo esto para expresar el descontento del movimiento Más Conciencia con esos concejales que se reeligen haciendo favores y no política real. Desconocen o tergiversan su función de control político y administrativo, de ser un cuerpo colegiado donde se delibera entorno al bien común. Se dedican con fervor al cabildeo de sus propios intereses. Es muy diciente, por ejemplo, el caso del empréstito o endeudamiento que le aprobaron al alcalde por mayoría en plena época electoral, al mejor estilo politiquero de nuestras repúblicas bananeras.

A este respecto es diciente el caso del concejal Rey Zapata haciendo rieles en Mangarriba y dando cemento. Cree el concejal joven, como los viejos políticos del pueblo, que dando regalitos y cemento va a ganar más poder traducido en votos. No sabe, nadie lo asesora, que el proselitismo se establece como la dialéctica de las ideas, la confrontación en los debates a la luz de las propuestas, no a la manera de la danza de los millones para hacerse ver como un mesías, cosas de la edad media en política. Pero acá es lo normal. 

El otro aspecto premoderno de estos candidatos conservadores unidos con liberales al mejor estilo frente nacional, es su creencia en que se gana más votos inundando de más publicidad el pueblo. Se pelean cada rincón como si la política fuera markeing y ya. Se venden como una gaseosa Postobón con sus megapíxeles en publicidad y un gigantismo que si las normas ambientales aplicaran estarían sancionados por contaminación visual y auditiva. Y por grotescos, mostrando el hambre de poder que ya electos se traduce en voracidad en el gasto y en el enriquecimiento propio de cuenta del Estado. 


Políticos en campaña

Quisiera uno poder exiliarse en estas épocas donde da náusea ver a los políticos en campaña. Y da más nausea ver gente joven haciendo bulto y agitando banderitas. Porque, insisto: ser joven y no ver, pensar ni percibir el estado de cosas, cierto olor a podrido, es dejarse sobornar la inteligencia propia de un cuerpo sano. Se avecina un basurero en las calles, un basurero en las palabras, un festín de carroñeros y el que tenga ojos para ver que vea.

Desde que el Consejo Nacional Electoral permitió que las campañas recibieran tantos millones, se dejó entrar a una mafia en la política. Son los que cogen el Estado como un botín, pero primero invierten en candidatos que los representen y ganen para que les tripliquen la inversión. Ese es un nivel. Pues está el nivel del que va a votar por Rey Zapata por el cemento y los rieles, y también es un acto de corrupción, pues se transa un voto a través de una inversión que seguramente no viene de dineros propios. 

La función de un concejal en ejercicio no es hacer rieles. Y si es inteligente y representa las nuevas fuerzas, no puede andar votando a ciegas los endeudamientos al municipio, más aún cuando son descabellados y en detrimento de los recursos públicos que son sagrados porque son de todos. 

Menos mal existe la opinión pública, la prensa y su papel crítico frente al poder, herencia irrenunciable de una modernidad que en nuestro contexto es demasiado incipiente. En su precariedad (la profesora María Teresa Uribe lo llama modernización sin modernidad), se filtran lógicas gamonales y de caciquismo que en política son tan perjudiciales como para la salud las chimeneas que impunemente los políticos tradicionales nos dejaron meter.