Alcalde de parroquia

Por Sergio Henao

El alcalde parece no darse cuenta de las dimensiones del problema. Sigue tomando medidas motivadas por la emoción más que por la razón, pues no deja de pensar a Girardota en términos de parroquia. El pueblito creció y ahora hacemos parte de un territorio metropolitano. Cada vez nos acercamos más a la ciudad, puesto que la dependencia económica y social que tenemos de Medellín hace parecer de lejos a Girardota como un lugar donde solo se viene a dormir.  

Por eso, debe pensarse que son indisociables los flujos económicos y culturales que Girardota tiene con la metrópoli, y Agudelo está tomando decisiones dejando a un lado el consenso metropolitano. Ante los aumentos de contagios, las medidas no pueden ser solamente municipales, amparadas por el Señor Caído, sino que conviene que implore y se arrodille a los santos y patrones de todos sus vecinos.

Debe considerar, además, que aparte de que no somos Europa o China, América Latina afronta una pandemia con abrumadoras condiciones históricas de desigualdad y de pobreza, lo que hace que muchos se vean en el dilema de morir de hambre o del virus, como lo advirtió recientemente la ONU. Y, para acabar de ajustar, nuestra cultura hace que prefiramos bailar mientras esperamos la muerte.

Aspectos sociales y culturales que imponen un reto mayor, por eso vale la pena pensar las medidas en dimensiones más amplias que las de la parroquia. Mantener el equilibrio entre la cuarentena y la economía es tan complejo que llevó al Gobierno a improvisar decisiones como la del día sin IVA, y a que prácticamente suspendiera la cuarentena con tantas excepciones que ahora cualquiera puede salir, lo que llevó a que se incrementaran los índices de contagios.

Por otra parte, el trabajo informal, el rebusque, los trabajadores independientes son una parte importante de la población. Así que pensar en encerrarnos de nuevo, cuando en el resto del área metropolitana las dinámicas son otras, debe incluir ayudas para la gente que no tiene una vinculación laboral formal. Y ya vimos lo caro que puede salir para el erario público cuando los funcionarios demuestran incompetencia para el gasto y terminan comprando más caro, más lejos y, para rematar, sin estudios de mercado, como quedó demostrado con los hallazgos de la Contraloría. Así que el asistencialismo, como alternativa al sustento diario para muchos, es estar literalmente condenados a la inopia.

El alcalde, cuando no es que está hablando como arzobispo a sus parroquias, grita mucho y se vuelve cansón (él, sí), hablándonos como si fuéramos sus hijos bobos. Parece que alza la voz para ahogar algunos rumores. Con el tonito de “yo se los dije” avisa medidas como si fueran castigos que merecemos por habernos portado mal. Pero olvida que él mismo rompió con los protocolos de bioseguridad al permitir que su hijo estuviera en un laboratorio del hospital durante un facebook live, cuando las medidas se suponen que eran más drásticas, especialmente para los niños. O cuando tuvo que suspender una transmisión de Hatocanta, en la que fungía de presentador con sus chistes de mal gusto, porque los espectadores advirtieron con enojo que en el lugar cerrado había demasiadas personas, muchas de ellas sin tapabocas.  

Al día siguiente de “amenazarnos”, de bajarnos del bus si no tenemos un permiso, o de multar a los conductores, aun por fuera de la jurisdicción del municipio, el puesto de control a la entrada de Girardota colapsó. El trancón llegaba hasta el parque. Tuvieron que dejar pasar todos los carros sin ser revisados. En la tarde, ya nadie estaba parando vehículos en la entrada. Y para rematar, dijo que las polémicas pruebas, una de sus estrategias maestras, ya no pueden ser aplicadas. Así las cosas, todo termina siendo tiros al aire porque el despliegue logístico, para llevar a cabo sus ambiciones de controlarlo todo, exige más de lo que puede dar la alcaldía.

Conviene, entonces, dejar de simular medidas todopoderosas para comenzar a buscar unas que sean reales y aterrizadas, que conversen con la realidad metropolitana y con las condiciones económicas y culturas de la región, y no solo de la capilla que cree gobernar.

Es realmente preocupante pensar que las decisiones sobre nuestro porvenir estén siendo tomadas de forma tan olímpica, con una mentalidad municipal que Carlos Castro Saavedra describe como “la misma del que concibe el mundo en que vivimos, como si fuera éste una bolita de cristal, una tienda en la esquina o un diálogo permanente con sus zapatos viejos, con su ombligo y con sus más cercanos y oxidados parientes”.