Una clientela llamada Equipo Girardota

Por Ángel S.

La sagacidad en la política es un atributo que corresponde a una mirada que se presenta de forma anticipada al devenir mismo de los sucesos. Siendo Álvaro Uribe gobernador de Antioquia, por nombrar solo un ejemplo, Jaime Garzón sospechaba las implicaciones que este sujeto traía consigo. Bajo esta similitud, y sin engrandecer su figura, puede establecerse una relación paralela que en el presente se anticipe a lo que puede llegar a ser Diego Agudelo y su ejercicio despótico como mandatario en la política.

Para empezar, las identidades ideológicas son una concepción inimaginable y lejana hoy a la realidad de los partidos políticos tradicionales. Más que encontrar colectividades o agrupaciones políticas que estén bajo la sombra programática de un conjunto de ideas, los partidos en su mayoría han derivado en la conformación indistinta de microempresas electorales, dirigidas por traficantes de la política. Su ejercicio de poder, lejos de estar motivado por una causa en común, se limita a una condición indiscutible donde toda voz diferente a la del líder es una afrenta para consigo o una forma de sentir su poder desafiado. El poder económico no se equipara a su investidura como mandatarios, y más que una apuesta por tener dinero, para ellos es más atractivo ejercer el poder, sometiéndose a la investidura de jefes, antes que de dirigentes. 

En el ámbito local resultan curiosas ciertas maniobras en el poder. A Diego Agudelo, por ejemplo, sus funcionarios -incluyendo a los concejales de su gobierno- lo tratan siempre como alcalde, constituyendo el hecho de llamarlo por su nombre -quizá- una deshonra a su ejercicio como mandatario. El partido Conservador, que en tiempos del bipartidismo arrojó al río Medellín el busto del liberal Enrique Olaya Herrera, estatua reubicada hoy nuevamente en el parque principal, se ha aliado con los rojos a pesar de que en el pasado no podían verse. Los acuerdos burocráticos y el afán de poder, hizo que los empresarios Carlos Andrés Trujillo y Julián Bedoya, jerarcas políticos en la representación de ambos partidos en Girardota, sobre el pueblo hayan jugado al ajedrez con un mismo alfil: Diego Agudelo. Fuera rojo o fuera azul, no importaron principios, solo negocios, y más negocios.

Por otra parte, los concejales en su mayoría no han ejercido una función propia de control político. Por el contrario, se han sumado al proyecto de la administración actual, siendo ellos subordinados de Agudelo, sin posibilidad alguna de cuestionar el ejercicio local de su jefe. Esto no sólo desacredita la labor del concejal, que como apuesta democrática se ve vulnerada por la ausencia discursiva en los debates, la aceptación irrebatible de coimas en la aprobación de los “proyectos públicos”; o la reelección indefinida que a estos solo acredita ante un caudal electoral, como es el caso de Sergio Orlas, quien tal vez no quiera en contiendas próximas ser candidato al concejo, pero ejercerá su poder en cuerpo ajeno, así como en su momento Daniel Orozco, Rey Zapata y Marysol Henao relevaron a Martín Bustamante, Rodolfo Sánchez y Robinson Hernández, respectivamente.

Las experiencias en el manejo hasta ahora de lo público, por lo menos lo que en Girardota se refiere a alcaldía y concejo municipal, es algo que deshonra a quien llegue a estos cargos de elección popular en el tiempo, pues en su intento por ejercer el poder a todas costas, no ha habido medios que por nefastos que sean, no justifiquen para la actual clase política sus fines electorales. El clientelismo, la compra de votos, las prebendas como forma de cooptar al ciudadano, entre otras conductas, han impreso sobre los procesos políticos del municipio un lastre que será difícil superar toda vez se proyecten nuevas representaciones colectivas.

Diego Agudelo es un hombre no solo megalómano, sino también un sujeto con obsesión de poder. Su autoritarismo deja en evidencia conductas antidemocráticas, algo que permite entrever posiciones propias de tiranos, en su afán desbocado por conquistar sus deseos mezquinos en el ejercicio de la política. Las formas en que ha desafiado al pueblo así lo demuestran, si se tiene una mirada retrospectiva sobre sus actuaciones de gobierno. Para así evidenciarlo, volver al pasado se hace necesario, no solo porque lo desenmascara, sino también porque refresca la memoria de la gente. ¿Cómo olvidar cuando el alcalde de Girardota acusa de terroristas a quienes nos movilizamos el primero de mayo de 2021 contra la reforma tributaria propuesta por el expresidente de Colombia Iván Duque? ¿O qué pensar de las innumerables veces en que Agudelo ha estigmatizado a la oposición, desconociendo el carácter democrático al que como gobernante está llamado? ¿Qué mensaje puede darse a la sociedad cuando estudiantes de la Institución Educativa La Colombia, en su libre ejercicio de reclamar el derecho a una educación digna, se enfrentan al riesgo de la represión toda vez Agudelo dispuso de unidades del ESMAD para repeler una movilización pacífica asistida por niños y niñas? Como si fuera poco, ¿cómo creer que la ausencia del alumbrado navideño en las pasadas fiestas decembrinas fue producto de una racionalización fiscal cuando el manejo de los recursos públicos por parte de la administración actual se ha prestado para el derroche? Estos, y otros ejemplos más, demuestran lo que se afirma en las primeras líneas de este párrafo. 

Este hombre sostiene querer hacer carrera política, por lo menos, 20 años más de su vida. Su microempresa electoral llamada Equipo de Girardota, no es más que una fachada aparente de lo que es su rostro, pues la voz decisiva no es la de un equipo, como lo hacen ver, sino la voz mesiánica de él. En Girardota quiere seguir su legado, sea con su primo Juan Ignacio Torres, por un lado, o su exsecretario de agricultura Tomás Madrid, por otro. Lo cierto es que el primero representa menos riesgo para querer Diego Agudelo seguir ejerciendo poder en cuerpo ajeno, mientras el segundo, a fin de cuentas, tal vez puede resultar un gallo más fino, revestido aún de posiciones aborrecibles de poder. Sin embargo, lo más probable es que Agudelo quiera parecerse a Carlos Andrés Trujillo, y en Girardota, así como en Itagüí lo es su patrón y en Bello son los Suárez, ser el jerarca político del pueblo.

Al fin y al cabo, no está demás sostener el riesgo inminente que personajes como Diego Agudelo representan para la sociedad. No solo su ejercicio personal permite entrever lo desdeñable que es este hombre, pues ha demostrado que, más allá de lo moralmente justo, para él puede terminar siendo indiferente la ética, la lealtad y la justicia misma. Esto no habla solo de su condición como sujeto, alejado, al margen de todo lo que pueda estar alrededor de lo colectivo, sino también de sus repercusiones en la vida política y social de Girardota, por su posición como mandatario, que es lo más grave.

Los rumores son muchos, y estos en un pueblo, sí que traen consigo suficiente eco. De la administración municipal actual no solo se hacen evidentes las infraestructuras de cemento, que son las más visibles para conseguir votos. También alrededor de ella se escucha decir que los funcionarios hacen que las mujeres se sienten sobre sus contratos, y así puedan acceder a un trabajo hasta por tres (3) meses en la alcaldía; que algunos concejales, a cambio de ofrecer puestos laborales a sus aliados, obligan a estos retribuir una parte del dinero de sus salarios; que el despacho del alcalde no es más que su prostíbulo, donde hace y deshace de cuenta del alcohol, la burocracia, y en el que se le ve salir a altas horas de la madrugada estando ebrio, con tufo y oliendo a cloro. Lo cierto es que son solo rumores y, en ese sentido, se invita al pueblo a que conserve su tranquilidad; de lo contrario, que lo diga su exesposa.

Girardota hoy lo asiste el peligro de un dictador en potencia. Sus conductas conservadoras, de las cuales hoy solo quedan “Dios y propiedad privada”, pues su deslealtad hizo que perdiera su familia, solo dan cuenta de su fanatismo, tiranía y barbarie. Diego Agudelo es la muestra más evidente de que todo lo que brilla no es oro, y así como de rodillas se inclina ante el altar, hasta atravesar todo un templo, de la misma manera demuestra su empecinamiento para seguir ejerciendo el poder, el autoritarismo y su afán mezquino dentro de la política.