¿Para qué sirve la política?

Juan Felipe Ospina

La política del siglo XXI tiene que servir para conseguir por fin el bien común. El tiempo de crisis que atraviesa la civilización humana obliga a una evolución política de emergencia, a un avance que trascienda la política del bienestar capitalista, en donde solo algunos son “felices”, hacia una política de la felicidad colectiva. Hacia una política del Buen Vivir.

En Girardota (y en casi todo el globo), la idea de política se confunde con la idea de lucro. No de otra manera se comprende por qué son tan costosas las campañas electorales: más dinero se invierte, más dinero se gana. Esta manera de entender el asunto está orientada por una visión depredadora de la vida, visión para la cual la vida es una mercancía.

En un sistema de este tipo, los que ganan lo hacen porque otros pierden. Esta lógica no busca prosperidad equitativa sino competencia desigual, es decir: competencia que elimine la competencia. Lo que ocurre es que los que ganan son siempre pocos, cada vez más fuertes; mientras los que pierden son multitud, cada vez más pobres. Por esta razón la práctica de la política del lucro es feroz (no importa que los lobos se vistan de ovejas): hay tanto dinero en juego que perder es la quiebra.

Resultará chistosa la pregunta, pero ¿qué consecuencias tendría una ley que prohibiera gastar un solo peso en campañas electorales? ¿Se acabaría la política? Tal vez se acabe la que conocemos, la tradicional. Necesariamente otra aparecerá. ¿Cuál?

Plantear una forma distinta a este sistema mercantil de la política es un trabajo que no corresponde a un solo individuo. Proponer otra política es tarea común. Tal propuesta deberá extraerse de los saberes acerca de vivir que hayan construido las sociedades más equilibradas en cualquier época, aquellas maneras más exitosas de gobierno, y de contextualizar estas formas con los saberes sostenibles del presente. Esto implica un reto de innovación e imaginación no sólo técnica y tecnológica, sino sobre todo moral, que corresponde directamente a las generaciones actuales. No hay tiempo para esperar las futuras.

Pensadores de la talla de Boaventura de Sousa Santos, han reconocido que existen en la actualidad respuestas viables a la crisis política y civilizatoria. Algunas de ellas tienen su raíz en las sabidurías de los pueblos ancestrales de América (los cuales, siendo numerosos, mantenían una relación no depredadora con el medio ambiente). Tales propuestas tienen muchas denominaciones, según la lengua que las nombre. En español se conocen como propuestas del Buen Vivir o vida en plenitud. Llevarlas a cabo implica un abandono de la política del lucro. Esta es la razón por la que constituyen una visión estructuralmente distinta de gobernar.

En la mayoría del territorio colombiano tales maneras de gobierno son todavía lejanas, aunque en algunos lugares del país y del mundo ya son una realidad en construcción. Un principio fundamental de estas formas de gobierno consiste en cambiar el antropocentrismo por el biocentrismo. El hombre no es más el centro, sino la vida en conjunto, la naturaleza, el planeta.

Existe una objeción común contra las utopías (o realidades que todavía no tienen lugar, que no suceden aún) según la cual las cosas son como son y no hay nada que hacer. Pues bien, esta manera de pensar es incapacitante. Daré un ejemplo local de lo dañina que es .

En el panorama actual de la política girardotana las dudas sobre los candidatos a la alcaldía no recaen sobre sus personas. Es decir, no se les acusa de criminales, ni, hasta donde se sabe, de ladrones. Todos se han encargado de difundir sus logros profesionales y personales. Y no hay razón para dudar acerca de sus capacidades intelectuales ni de sus deseos por trabajar en favor de la gente.

No obstante, el candidato del partido Conservador y el candidato del partido Liberal y de la U, coinciden en aceptar que si no es de la manera tradicional, entiéndase de la manera mercantil de hacer política, de la manera lucrativa, no es posible ganar, pues se necesita mucho dinero para costear una campaña. Es por esta razón que optaron cada cual por los partidos consabidos. 

Tomando tal decisión ambos candidatos han abandonado la utopía. Se han incapacitado para la transformación. Es posible que ninguno de los dos se vuelva millonario en caso de ganar. Pero si es seguro que apenas una porción muy mínima de la población, sobre todo el sector que invirtió dinero en sus campañas, se enriquecerá. Basta mirar el panorama actual del país para darse cuenta de que haciendo política de la manera tradicional sólo se consiguen resultados tradicionales.

En dato dado recientemente por el Dane, se constata que la concentración de la tierra en el país es escandalosa. Es a través de la política del lucro como se ha llegado a esta situación, es a través de la política que practican el partido Conservador y de la U y tantos otros, como se ha neutralizado la prosperidad colectiva, las condiciones de felicidad colectiva, y en cambio se ha potenciado la de un porcentaje muy reducido de la población.

Resulta deshonroso que estos dos jóvenes empeñen sus esperanzas en favor de esta clase de política. El resultado: un municipio dividido por una ciega pasión y alejado de una real posibilidad de transformación social. Aclaro: no digo que toda la gente que participa honestamente de las campañas actuales no quiera el bienestar para sus comunidades. Digo que la manera de hacerlo debe ser necesariamente otra, estructuralmente otra.

En principio habría que bajar drásticamente el costo de las campañas. También habría que dejar de aceptar dinero de gente de afuera, con intereses privados, para financiar las campañas. Esto no quiere decir cerrarse a las colaboraciones y al establecimiento de redes con gobiernos amigos. Es posible realizar intercambios de experiencias y saberes, apoyos logísticos, etc. Pero esa relación de subordinación al dinero de afuera, es necesario acabarla. De esa manera el presupuesto público estará menos en peligro de usurpación ¿Cuándo se nos metió en el imaginario la idea de que sin plata no es posible hacer política?  

Las campañas deberían ser un debate de ideas, de modelos, y menos de propuestas ilusas, baladíes. Las propuestas deben provenir de la base de cada organización comunitaria, deben construirse según las necesidades específicas de cada territorio, con autonomía, y no ser las proverbiales ideas de un mesías que todo lo sabe y lo puede.

Las campañas deberían ser un gran foro, un gran congreso del pueblo, una oportunidad para que las propuestas no se pongan a competir sino que se compartan, se discutan, se mejoren, se construyan mutuamente. Las elecciones tendrían que ser un certamen en donde el que no resulte elegido no sea un perdedor, no caiga en la quiebra, sino que sea el beneficiario de una propuesta más viable, más realista, mejor argumentada, más colectiva, y, por ende, con mayor apoyo popular.

Esto es sin duda una utopía, algo que todavía no tiene lugar. Sin embargo, reivindico esta utopía como ingrediente necesario para una política de emergencia.  La utopía es la visión y la política es la fuerza, el poder que hace real lo que aún no tiene lugar. La política sin utopía es amarga y estéril. Sólo un tipo de utopía así: realista, autocrítica, fuera del circuito mercantil de la vida; puede salvarnos del exterminio. Eso sí, requiere que demos un giro de tuerca, una voltereta cultural.

Por último quiero agregar que la noción de Buen Vivir como política de la felicidad, no concibe el bienestar a la manera religiosa del paraíso eterno, en donde nada malo ocurre. No es una felicidad como estado absoluto. La felicidad política debe ser entendida como un marco público gracias al cual no se añada más dolor a la infelicidad privada. Debe entenderse como el ejercicio para crear las condiciones gracias a las cuales cada quien pueda concentrarse en su propia felicidad.