Presentación del nuevo libro de Juan Felipe Ospina: Constitución de los árboles y otros poemas humanos

Por: Sergio Henao

Se presentó el pasado 26 de octubre en la Corporación Debluss el libro de poesía "Constitución de los árboles y otros poemas humanos" de Juan Felipe Ospina, de nacimiento medellinense, pero de experiencia Girardotano. Es su segundo libro; el primero fue de cuentos titulado Lo banal.


El evento contó con la inauguración de la exposición de fotografías de la periodista Bibiana Ramírez, con un trabajo realizado en sus viajes y visiones por la geografía colombiana durante los últimos años. Se contó también con la presentación del canta-autor Julio Cadavid, y con la lectura de poemas por parte de algunos de los participantes.

El libro de Juan Felipe es un bosque, por eso lleva el título de constitución, que es lo que por fuerza de verbo pertenece a todos.  Solo se constituye lo que es multitud. En estos poemas resuena lo que es múltiple y no lo multitudinario. Por eso hay en ellos ecos que van de montaña a montaña, su poema es Ejemplo.

Gonzalo Arango dijo que el hombre es un árbol al revés, porque tiene las raíces en el cielo. Sea de origen divino, o de lo terrenal de nuestra condición, no cabe duda que los árboles (así como Montañas) son puntos de encuentro entre dos estados del alma o dos aspiraciones humanas: lo divino y lo mundano, o si se quiere entre lo aéreo y "lo más genital de los terrestre". Por lo que el tema de los árboles, de los hombres árboles (también profundidad empinada), no es escaso en la literatura. En la Biblia Jesús habló de semillas para referirse a los hombres, cuyo sembrador es un dios: Dios.

Pero no debe confundirse con un lugar común, que es la forma de llamar a esas ideas refritas de la escritura que se definen como vicio del lenguaje o como algo demasiado sabido.  Al contrario, el autor se ocupa de un tema que pertenece a la llamada Filosofía perenne, que según Leibniz es “un sustrato que trasciende la categorización y el racionalismo discursivo” y que según Wikipedia  “sugiere la existencia de un conjunto universal de verdades y valores comunes a todos los pueblos y culturas.”           

Así, la asociación de árboles con humanos no es arbitraria, ni caprichosa, pues ambos vienen de la tierra, por lo que un poema que hable de árboles no puede ser, en modo alguno, catalogado como ecologista o medio ambiental en los términos de las nacientes ideologías “eco”. Ni el tratamiento que de ellos hace el autor es retórico.

Es la toma de conciencia de una condición fundamental que posibilita el reconocerse como totalidad, es decir, infinito porque, como dice Juan Felipe: a la larga no tendré fin. Solo quien se concentra, así sea cantando, en  las raíces del origen, encontrará las suyas propias. Es el pensamiento que se hunde en las emociones, la reflexión; es el germen de la filosofía y el arte.

Esta profundización produce un sonido, cuyo nombre es el mismo que producen los árboles cuando el viento pasa por sus hojas. Se puede escuchar si se gusta de escuchar cosas como esas. Por eso un señor que estaba en el recital de lanzamiento —más por accidente que por casualidad—, no entendió cuando Juan Felipe habló de un cuaderno que quería ser árbol. Cuando bajaron volumen a la música para escuchar los poemas, el señor no bajó la voz. Así de vergonzoso es acostumbrarse al estruendo porque nunca se entiende nada.

Menos mal que los poemas de Juanfe son murmullos, lo único que puede ser escuchado en medio de tanta algarabía. Juan Felipe viene viviendo de la Poesía desde hace años, por lo que su escritura es ante todo testimonio de una forma de ser y comprender. Las calles del pueblo dan fe del milagro. Ha escrito cuentos, hasta creo que ha intentado novelas. Ha ganado concursos y becas, y ha obsequiado a sus novias con versos; también a sus amigos y padres. En los años de las vanguardias municipales, intercambiamos cartas, canciones y títulos de libros entre nuestro grupo de amigos. Es tallerista —no profesor— de literatura y poesía.

El acontecimiento de un libro tal vez no sea tan importante para el pueblo como el lanzamiento de un candidato, pero produce a largo plazo menores desconciertos. Por eso vale la pena  alegrarse de lo que hacen los artistas y creadores del municipio, pues son ellos los que están salvando la historia. En los libros y los cantos queda lo que ellos piensen, no lo que los gobernantes digan. Pues al margen de la ramplonería política se han forjado los mejores frutos de la cultura, que es lo universal que tiene cada pueblo, no sus decretos municipales, ni los trajes invisibles de los emperadores, y menos los honorables palacios de papel.