Che por Alberto Aguirre

A propósito del asesinato de Ernesto Guevara, el Che, fusilado el 9 de octubre de 1967 en las montañas de Bolivia,  publicamos el siguiente artículo del fallecido columnista girardotano Alberto Aguirre, del 3 de noviembre del 97 en El Colombiano.

El Che es paradigma. Hombres como él justifican a la humanidad y permiten mantener la esperanza en medio de la tiniebla. 

Dijo Jean-Paul Sartre (Viva Che: Contributions, London, Lorrimer, 1968): “El Che fue, no sólo un intelectual, sino el ser humano más completo de nuestro tiempo”. Dijo Italo Calvino: “Escribo sobre el hombre que quiso tomar sobre sí todos los riesgos. Para nosotros, Guevara es este llamado final a la revolución y al futuro del mundo, esta crítica radical a cada gesto que busque apaciguar nuestras conciencias”. Dijo Francesco Rosi: “Che Guevara interesa como escritor, como pensador y como hombre de acción. Hace falta, no sólo buscar sus acciones, sino también leerlo. Tenía grandes ideas, pero sobre todo tenía la coherencia de un hombre que ha realizado las cosas que ha pensado, inclusive con el sacrificio de su vida”. Dijo Herbert Read: “El Che fue ante todo un humanista, y creyó que era posible crear un ‘hombre nuevo’”. Dijo Cesare Zavattini: “El Che ha hecho lo que cada uno piensa cuando la conciencia rompe la oscuridad de la incertidumbre”. Ha dicho Ben Bella, padre de la independencia argelina (Le Monde Diplomatique, oct 97): “Desde hace treinta años Che Guevara interpela nuestras conciencias: sí, sólo la revolución puede hacer del hombre a veces un ser de luz”.

Eso dijo Savater en la Universidad (en el teatro Camilo Torres), que “el Che Guevara es un Rambo tropical”, no pasa de ser la bufonada de un fatuo profesor de filosofía. El Che interpela. Su vida y su lucha, sus ideas y su sacrificio, han de encoger a estas almitas subalternas que alguna vez tuvieron quizá un gramo de rebeldía y que hoy se han insertado al Sistema como otra pieza, ínfima, del rompecabezas. Acerca del Che, inquiere Peter Weiss: “¿Su muerte nos reveló nuestra cobardía?”.

A finales de 1965, dejando el estatus de líder de una revolución triunfante y en plena construcción, parte de nuevo a las selvas y la muerte para ayudar a otros pueblos aún bajo el yugo colonial. La lucha continúa. “Ahora, una voluntad que he pulido con delectación de artista, sostendrá unas piernas flácidas y unos pulmones cansados”, les escribe a sus padres. Y a sus hijos: “Su padre ha sido un hombre que actúa como piensa y, seguro, ha sido leal a sus convicciones”. Añade: “Muchos me dirán aventurero, y lo soy; sólo que de un tipo diferente y de los que ponen el pellejo para demostrar sus verdades”. En medio de universales tradiciones y de tan temblorosas cobardías, en medio de gentes de conciencia amortecida, el Che interpela. Es paradigma.

Porque el Che, y lo dice Read, crítico de arte inglés, era humanista. Ese raro espécimen del hombre de acción en simbiosis con el pensador. Su Obra revolucionaria, publicada en Mexico D. F., Ediciones Era, 1968, 662 páginas, recoge sus dos libros principales: La guerra de guerrillas y Pasajes de la guerra revolucionaria, más una variedad de textos con sus análisis políticos, históricos, económicos, sociológicos sobre la realidad de nuestro tiempo. Al coraje y el conocimiento, añadía una clara conciencia. En la Conferencia Panamericana de Punta del Este (dic. 64), como el delegado colombiano le dijera con cierta sorna que Cuba debía haber permanecido “en la órbita de los Estados americanos”, contestó el Che: “No estamos en ninguna órbita; estamos fuera de órbita”.

Más la alta dignidad del hombre nuevo. En Argelia, en 1963, dijo ante Ben Bella: “La fuerza de nuestros pueblos radica en un ejército que el enemigo no podrá vencer jamás: la moral”.