Vladimir Jaramillo: alcalde narcisista del Valle de Aburrá

Envigado, sin vallas de la alcaldía, como ocurre en demás municipios del Valle de Aburrá.

Por Mauricio Hoyos
Esta misma semana dos reporteros de este medio se tomaron el trabajo de hacer un recorrido por los parques principales de La Estrella, Itagüí, Sabaneta, Envigado, Bello, Copacabana y Barbosa. En Bello encontraron un músico callejero con guitarra eléctrica tocando rock and roll. En Barbosa había un señor acostado cómodamente bajo un árbol de caucho. En todos los pueblos había iglesias, plazas, palomas, jardineras, gente, lo común… Pero en ninguno de los parques principales de estos pueblos, EN NINGUNO, encontraron vallas de la administración de turno con la carátula del alcalde mostrando sus logros, como ocurre en Girardota, donde no hay una, sino VARIAS VALLAS de gran formato afeando la vista. ¿Qué nos pasa?
 

El culto a la personalidad

Barbosa.

No es nuevo esto, de todos modos. Quien conozca un poquitín de historia política se remitirá inevitablemente a Fidel Castro. Era elevado su repudio por el llamado “culto a la personalidad” del que se habla entre los comunistas (y perdonen que sepamos de estas cosas diabólicas). En 1959, cuenta la leyenda, tras la victoria de la revolución en Cuba, el escultor italiano Enzo Gallo Chiapardi quiso homenajear al comandante con una escultura de su efigie. Pero Fidel la mandó a demoler. Después hizo que fuera Ley no erigir bustos ni esculturas ni colgar retratos de líderes revolucionarios vivos en las oficinas públicas, para evitar la “idolatría”, que tanto mal había hecho al comunismo soviético.

Copacabana.

El hecho nos vuelve a recordar a Augusto, primer emperador romano, ya mencionado aquí en Narciso, alcalde del pueblo, a propósito de la obsesión de Fernando Ortiz (“el mejor alcalde del país” según su comunicador Jota Vargas, hoy recordado apenas por la deuda que nos dejó) por aparecer fotografiado varias veces en una misma página de Tu periódico. Cierta vez, cuenta la historia, el emperador Augusto mandó a fundir sus estatuas, en señal de humildad, Ortiz en cambio… nos fundió a todos con su egolatría. Algo igual está haciendo su delfín, el faraónico Vladimir Jaramillo. 

Bello.

En discurso del 13 de marzo de 1966, reflexionó Fidel Castro: “No es necesario estar viendo una estatua en cada esquina, ni el nombre del dirigente en cada pueblo, por todas partes, ¡no!; porque eso revelaría desconfianza de los dirigentes en el pueblo, eso revelaría un concepto muy pobre del pueblo y de las masas que, incapaces de creer por un problema de conciencia, o de tener confianza por un problema de conciencia, fabricara artificialmente la conciencia, o la confianza, por medio de actos reflejos”  (cubadebate.org). Fue su última voluntad: ni estatuas, ni mausoleos, ni calles con su nombre, ni plazas, ni nada. Y al fuego con su cadáver, pues tampoco quiso ser embalsamado para ser exhibido como objeto turístico. Pero Fidel Castro no es ningún paradigma por estos valles profundos, donde llega tarde la luz solar y se va temprano, dejándonos en tinieblas durante más horas. ¿Será por eso nuestra “idolatría”? Persignémonos.

La estrella.

Según el Diccionario Soviético de Filosofía, el Culto a la Personalidad es la “ciega inclinación ante la autoridad de algún personaje, ponderación excesiva de sus méritos reales, conversión del nombre de una personalidad histórica en un fetiche” (Wikipedia). Ya dije que era asunto proscrito entre los comunistas (aquí extintos por obra y gracia de las balas y como dijo X-504: “después de haber hablado la pistola ya no hay nada más qué decir”).  

Itaguí.

La enciclopedia es bastante expresiva: “El mensaje detrás del culto de la personalidad es "En este régimen la única persona que importa soy yo". Y nos pone el ejemplo de Trujillo, en la Republica Dominicana, que tenía como lema: “Dios y Trujillo”.  

Sabaneta.

Es un asunto regresivo inclusive para las dictaduras, más todavía para la democracias, pues la niega rotundamente. Pero aquí no hay ninguna democracia. Esto es un circo. Por eso se publicitan con exagerado bombo y platillo.  El acto central es la magia con que se desaparece, sin que se advierta, el erario público en bolsillos de otras gentes (estas sí invisibles). Y las obras, como el puente que iba a unir las veredas El Barro con Jamundí, quedan de aire.
 Recordemos a Cristo cuando curó al leproso y le dijo: “Mira, no se lo digas a nadie”.  O aquellas palabra en Mateo 20:16: “los últimos serán los primeros y los primeros, los últimos”. Frase que ya estaba contenida con exactitud en un libro más antiguo, el Tao Te King (300 a.C), de Lao Tse: “si quiere ser la cabeza del pueblo debe mantenerse en su cola”.  Donde también dice que “en la antigüedad los grandes soberanos pasaban desapercibidos”. O estas otras palabras como aguas profundas:

No se muestra por eso resplandece
No se vanagloria por eso sobresale
No se jacta por eso le es dada la gloria
No se exalta por eso merece elogios