LA DEMOCRACIA COMO OBSTÁCULO

El Espectador, Garzón.

 Por: J. Ospina

     Partamos del hecho de que en Colombia la Democracia no es real. Lo que hay acá es un “democracia” entre comillas. Sin embargo, no se puede afirmar con apenas esto que la Democracia no existe en absoluto, pues tenemos el ejemplo de países como Uruguay, en donde lo democrático deja de ser una mera entelequia para convertirse en un concepto concreto, practicable. No es Uruguay el paraíso, pero al menos su presidente no debe ir al baño acompañado de un escuadrón de seguridad que le cuesta a la nación quién sabe cuánto. Esto indica que allí hay un mínimo necesario para que exista cualquier democracia: tolerancia.

     Para probar que en Colombia no tenemos tolerancia basta con abrir la prensa: “Seis personas murieron tras final de fútbol colombiano”, tituló El Espectador el 22 de mayo de 2014, relacionando estas muertes con riñas entre hinchas de Nacional y Junior. Y esto sólo por un partido de fútbol. Qué esperar cuando está en juego el presupuesto de la Nación. Cambiemos Nacional-Junior y pongamos un paralelo histórico: Liberales vs Conservadores. Los muertos en este campo hay que contarlos por potencias de diez. Hoy las camisetas contrarias no son sólo rojas o azules, lo que no tiene mayor importancia, ya que los colores son sólo pretextos, objetos variables para fijar el odio y la violencia.

     Al echar un vistazo a la historia de la “democracia” colombiana, se da uno cuenta de que para quienes han detentado el poder la Democracia ha sido un obstáculo, y para quienes han aspirado a él ha constituido un trampolín. En ninguno de los casos ha sido un fin en sí mismo, alcanzar la Democracia, por ejemplo. Se dio por hecho que la Democracia era una técnica para llegar a gobernar, no un estado de conciencia nacional que involucraba un complejo sistema de valores fomentados sobre todo con la justicia social. Esta doble significación (obstáculo y trampolín), que asumieron alternadamente unos y otros, configuró el terreno en donde se jugó la cuestión, casi siempre juego sucio: fraudes, traiciones, arbitrariedades, asesinatos, capturas del estado. Nada que no ocurra en la actualidad.

     No ha sido fácil deshacerse del obstáculo de la Democracia. Es más, desde el principio de la República fue claro que no era útil hacerlo. A través suyo es como se legitiman los gobiernos, a ojos del mismo país pero sobre todo a ojos de la comunidad internacional. No importa cuáles sean los medios que se usen para evadir el obstáculo, siempre que se hagan pasar por democráticos los golpes del poder, sean estos militares o económicos, o la mezcla de ambos, la Democracia podrá manejarse como un obstáculo conveniente.

     En Colombia estos golpes han sido constantes gracias a la maquinaria electoral, una empresa de compra de votos, tan vigorosa y tan bien aceitada que resulta inútil votar a conciencia. Tal maquinaria “democrática” ha cambiado por tamales y ladrillos la conciencia del país. La “democracia” en Colombia es pues una farsa, una puesta en escena, un acto de marionetas. Se monta el espectáculo a través de los medios y se hace pasar por real algo que no existe.  

     El hecho de que en Colombia hasta los muertos voten, no es señal del deseo de participación de la ciudadanía en la elección de sus gobernantes, sino un argumento más a favor de que se tiene que invalidar cualquier sufragio que se haga en este contexto de farsa. Habría que preguntarse ¿por qué tanta aparente indiferencia? ¿Por qué más de la mitad de los electores no acude a las urnas? ¿Cuántos de los que sí acuden y no anulan su voto o votan en blanco, lo hacen a conciencia? Algo huele muy mal en la “democracia” colombiana.

     Una “democracia” vista así, cooptada, es realmente un obstáculo para el país. No ya para el país de los que detentan el poder, sino para el país de los que lo padecen. Una “democracia” que se pretende aplicar a un país marginado desde el país de los privilegios es una esquizofrenia democrática, una “democracia” enferma. Es inútil y frustrante una “democracia” así, en la que no hay traspaso de poder, que sólo existe cuando hay elecciones, en la que siempre gobiernan los mismos intereses, en la que no importa cuán mejor, conveniente y progresista sea la idea de país tengas, es más, donde no importan si quiera las ideas, porque ya de antemano está comprado el puesto en el Palacio Nacional.

     ¿Para qué votar entonces? Habría que detener la “democracia”, desmontar todo el sistema y reinventarlo. Arrebatar el negocio a los comerciantes de votos. Estructurar una Democracia desde la vida diaria, cotidiana, en comunidad, y no exclusivamente desde las urnas. Habría que parar la “democracia”. No vender el voto. No aceptar tamales. No aceptar ladrillos.