Narciso, alcalde del pueblo

Por M. Hoyos

Cuentan que el primer gran emperador romano, Augusto, mandó una vez a fundir ochenta de sus estatuas de plata para hacer una ofrenda al dios Apolo (Dios del sol y de la luz de la verdad, conductor de musas), haciéndose pasar así por un hombre humilde. Una de esas estatuas arrogantes lo representaba, tras la victoria de Naulocoo, con el pie sobre una esfera como dominador del mundo. ¡Pero lo era!

Qué lástima que esos gestos de desdén por la propia imagen, aunque impostados, quedaron en el pasado remoto. Hoy es tiempo de figurar. Muchos meses antes de empezar la contienda electoral y luego, durante sus gobiernos, nos fatigan con sus retratos los candidatos, en todas las poses. Y todo espacio es vitrina para exhibirse.

Recuerdo siempre ese episodio rescatado del olvido por Aguirre (El Mundo, 17 de enero de 1986). Cita de El Tiempo, 14 de enero de 1986: “El presidente Betancur se dirigió luego a la cocina del seminario, tomó una arepa de chócolo, y dándose una vuelta hacia los presentes preguntó: ¡¿Hay un fotógrafo?!”.

Aguirre se burla de lo lindo del gesto disparatado y después apunta con su natural agudeza: “Con razón llaman a esto democracia representativa: se trata de una representación, de un espectáculo, de un show. Nada más ajustado que el nombre del candidato presidencial en los Cuentachistes de Lizarazo: el doctor Pantalla. En estas democracias hueras gobernar es mostrarse. El gobierno es exhibición. A falta de sustancia (el buen gobierno) el gobernante se regodea en las imágenes; lo esencial es proyectar una imagen, y esta se construye con un mero aparato de publicidad (…) No importa la sustancia. Además, porque no la hay: es una democracia horra, estéril para el bien común”.

¿No conocen la cordura éstos dirigentes y aspirantes a dirigentes? Como a Narciso, nada bueno le espera. El que debiera dar ejemplo de sobriedad en el pueblo y virtud es el pavo real de políticos. Fernando Ortiz, no el mejor alcalde que hemos tenido, como quiere, sino el más retratado de nuestros emperadorcitos. ¡En su último periódico sale 29 veces retratado en solo 12 páginas! Lo que da cosa es que sus dos pupilos van por el mismo camino. Uno se harta. 

Pero el fenómeno es que son estrellas estos políticos de pueblo. También se alejan a gran velocidad unas de otras, y del mundo real, pues su universo está también en expansión, siempre buscando escalar en la rueda de las transmigraciones políticas, hasta el infinito y más allá.

A mí me parecen, no todos, estrellas fugaces.

Respecto a su administración, una cosa se nota de lejos, que el buque flota, pero no navega. Las velas rotas no están hinchadas por el viento de las ideas. Son de un buque pirata, negrero, que pasa por turístico. Y así, detenido, los ratoncillos que han saltado por la borda, con o sin auxilio de flotador, quieren volver a montarse. Es que arrugan mucho el cuero estas aguas fétidas. 

Augusto, sin embargo, era un genio. "Acta est fabula, plaudite", fueron sus últimas palabras. "La comedia ha terminado. ¡Aplaudid!".  Muerto, el senado lo divinizó.