Una palmada en la nalga: instantánea de la violencia contra las mujeres

Por Juliana Betancur
Dos ciclistas mujeres salen en la tarde del viernes 25 de junio a realizar la ruta Girardota-Barbosa y Barbosa-Girardota como parte de una rutina de actividad física. A su regreso, ya estaba oscuro por el sector de Hatillo, justo al lado de la Hacienda El Progreso de la U.de.A son alcanzadas por dos hombres que se movilizaban en una moto. Los dos sujetos van sin caso o chaleco como manda la norma. El parrillero, de camiseta gris (ven el color gracias a las luces que llevan las bicicletas) extiende su mano derecha y da una fuerte palmada en la nalga de cada una de las ciclistas. El aturdimiento mental del golpe inesperado no impide que las ciclistas escuchen como se alejan las carcajadas.

Las mujeres lanzan, como si fueran piedras, unas palabras de defensa: “¡Malp…, hijos de…!”. Disminuyen la velocidad y guardan silencio, mientras la impotencia y la rabia les calientan la sangre, como la palmada la nalga. No satisfechos con su varonil hazaña, la moto con los dos machitos se devuelve y uno de ellos grita: “¡Qué culito tan chimba, mami!”. Ante esto, las mujeres vuelven a desenfundar sus armas. Gritan duro y con más ganas las palabras que la humillación deja pronunciar: “¡MALPARIDOS! ¡HIJOS DE PUTA!...”. A lo lejos se oyen más carcajadas.

Ellas recobran la cordura, continúan pedaleando, pero el ardor de esa palmada hace mella en la fortaleza y las ganas con las que han pedaleado por cientos de kilómetros y paisajes antioqueños sin una mala historia que contar. Avanzan unos metros y comienzan a sentir el temblor en las piernas, la indiscutible señal del miedo. Y es que cada moto que pasa a su lado, cada motociclista, se convierte para ellas en el espanto, en el monstruo que ataca en la oscuridad. “De esto se trata el machismo, de hacerte sentir miedo” dice una de ellas. Y claro, puede ser exagerado, una palmada en la nalga no puede compararse nunca con un ojo morado, ácido en la cara, una penetración forzada y demás expresiones del machismo; pero infunde el mismo miedo.

Al llegar a la tienda de la terminal de transporte de la vereda Platanito, deciden llamar al 123  para reportar el caso (#NIUNAMENOS ¡NO CALLAR! ¡NO MÁS! ¡DENUNCIA!). Mientras esperan la policía, pasan dos sujetos en motocicleta, el parrillero de camiseta gris se queda mirándolas, les manda un pico que se estrella contra la pared del asco que su gesto les despierta y grita: “¡Mamasitas ricas!”. Pocos minutos después aparecen dos agentes de la policía que atienden la denuncia. Las ciclistas les dan detalles de la situación y ellos deciden acompañarlas en el recorrido hasta el municipio de Girardota.

Durante este recorrido, la moto y el sujeto de la camiseta gris que tiró el pico y que también se presume fue el autor de las palmadas, son identificados en el sector antes del peaje de Cabildo. Los hombres son interpelados por los agentes de policía, pero ante el reclamo el sujeto de camiseta gris, elevando el tono de la voz, dice: “Yo amo y respeto a las mujeres por sobre todas las cosas” y niega los hechos. Mira y señala a las mujeres, diciendo: “¿Me quieren embalar por tirar un pico?”. El policía pregunta a las ciclistas: “¿Están seguras de que él fue el que les pegó la palmada?”. No tenían forma de estar cien por ciento seguras, estaba oscuro y no vieron su rostro, solo la camiseta gris. Dudan… Antes de que ellas respondan, el agente dice: “Dos mujeres solas en una vía oscura… Las cosas se pueden confundir ¿Cómo saber si fue él? Toca buscar cámaras y revisarlas. Sigan tranquilas, nosotros nos los llevamos, la moto también, los fichamos y les hacemos seguimiento”.

Consternadas, indignadas y agotadas, atienden la solución/salida/sugerencia del agente de policía.  Antes de partir son interpeladas de nuevo por el sujeto de la camiseta gris, quien les dice: “A ver yo les miro las caras”.

Para las ciclistas, profesionales de las áreas de la salud y las humanidades, esa palmada en la nalga y los comentarios las tiró de narices ante la realidad del machismo, ante la violencia contra las mujeres. Una realidad donde las mujeres son violentadas sólo por su condición de ser mujeres. ¿Dónde debemos pedir permiso las mujeres o acompañamiento para ejercer el derecho y el deber de ser libres? Lo que evidencia este hecho de violencia y todos los demás es el fiasco que somos como sociedad. La persistencia del machismo es la prueba irrefutable de nuestra barbarie.