Reseña del libro Huellas de antiguos pobladores del Valle de Aburrá: piedras, arcilla, oro, sal y caminos* de Sofía Botero Paez
Por H. Muñoz
Este libro no es un catálogo
de vestigios: mirando las piedras, las vasijas y demás objetos de arcilla, el oro,
la sal y los caminos, la antropóloga Sofía Botero intenta comprender las huellas del pasado
prehispánico. Ella es profesora e
investigadora de la Universidad de Antioquia.
No es raro que su libro pasara desapercibido. Lo que tal vez tenga que ver con eso que dice en la introducción, es que “carecemos del conocimiento del entorno en que vivimos”.
Tampoco es que falte material para
los arqueólogos, son numerosos los hallazgos desenterrados a lo largo del río
Aburrá (hoy río Medellín): “Lo que evidencia la documentación es la incapacidad
de pensar la naturaleza como el entorno físico terrestre y celeste en que nos
movemos los seres humanos, y su observación como seres humanos”.
No quedan tribus de aquellos
tiempos, pues fueron exterminadas físicamente, su espíritu perdura como
misterio en estos trastes y estos restos y estas piedras.
Y más aún, nuestra conexión
con las culturas prehispánicas es más que metafísica, porque “consumimos gran parte de los frutos y las
plantas mantenidos, traídos y transformados por ellos, en un proceso que
involucró miles de años”, dice la profesora Botero.
Presentar una valoración de los
hallazgos arqueológicos encontrados en distintos puntos del Valle de Aburrá no
resulta fácil. Sofía Botero habla de los más importantes, algunos de ellos
emplazados en las cimas de los cerros, como el Quitasol en el municipio de
Bello, o en los cerros de Medellín, Envigado, Itagüí o en Santa Elena.
Huellas que sin embargo dejan
una visión fragmentaria de esta historia, que comienza hace cerca de 9 mil
años.
Sus proyectos de ingeniería no
eran endebles, han pasado los siglos y siguen ahí dando testimonio de su
maestría con las manos. Su red de caminos es asombrosa y misteriosa.
Queda claro que le daban vital
importancia al viaje entre el valle y las regiones aledañas. Que hubo
intercambios con estas otras regiones, como la cuenca del Cauca, el Magdalena y
con el sur del país.
Los españoles, según la
crónica de Jorge Robledo, encontraron “caminos hechos mano e grandes por las
syerras e medias laderas que en el cuzco no los ay mayores”.
Que hayan sido exterminados o
desplazados por la fuerza no fue porque carecieran de “civilización”. No
estaban preparados para la invasión. No hay testimonio material de guerras
entre ellos o invasiones violentas anteriores a la española.
Fueron pueblos estables, sus
vasijas alcanzan periodos de maestría y decadencia. No hay muchos hallazgos de
los últimos mil años, según la antropóloga.
La cuestión del oro, que
alimentó la ambición de los españoles, es otro misterio con respecto a lo que
fue para los indígenas. No se conoce su pensamiento respecto al oro, ni su
cosmogonía. Aunque sus tierras eran ricas en oro, no así las tumbas halladas. “Y son yndios pobres
que tienen poco oro”, había escrito ingenuamente el Mariscal Robledo.
En 1885 escribía Manuel Uribe
Ángel en su geografía del departamento: “Este río (el Aburrá) es el gran
depósito aurífero de Antioquia”.
No obstante no se sabe mucho
sobre su relación con el oro, más allá del uso ornamental. ¿Sería para ellos,
como lo fue para los del Perú, la sangre del sol? Y los orfebres, de gran
maestría, ¿eran además chamanes?
Se sabe que tenían sus propias
fuentes de sal, mineral vital que manaba de las quebradas, como El salado, en
Girardota. Y que además de abundante comida entre frutos, caza y pesca. También
eran cultivadores, como quedan pruebas de ello, a veces a gran escala.
Sin embargo su agricultura
es un misterio. No queda rastro de su
relación con las demás plantas. ¿Qué
sabían en materia de medicina, abonos, cultivos a grande o pequeña escala?
Otros pueblos más antiguos
escribieron su historia. Aquí confiaban, acaso demasiado, en la palabra. Las
piedras talladas (una docena en todo el valle) tienen dibujos que,
juiciosamente interpretados, pueden dar luces sobre su visión del mundo, pero
están por estudiar.
También es un misterio su
relación con ciertas piedras como el cuarzo, que ponían en la tumbas, no
solamente en forma de utensilio, sino en estado bruto, de diferentes tipos.
¿Amuletos? ¿Le otorgaban propiedades o poderes especiales? ¿Conocían sus
propiedades hoy ampliamente confirmadas por la ciencia y la tecnología?
“Durante por lo menos seis mil
años –sigue Sofía Botero-, los muertos en el Valle de Aburrá fueron enterrados
con distintos tipos de cuarzo”.
El uso de la espiral, del
círculo, del cuadrado, del triángulo, denota conocimiento de geometría
suficiente para elaborar a partir de allí relaciones más complejas.
En una tumba hallada sin
profanar en La Loma de Envigado en el año 1944, encontraron una cruz en el
techo perfectamente alineada con las direcciones norte-sur-oriente-occidente.
¿Qué tan avanzada era su astronomía?
Son más las preguntas que las
respuestas, porque la antropóloga no puede ir por ahí haciendo deducciones
deportivamente, sin asidero material que las sustente.
Pero esa historia prehispánica,
por el mestizaje, es también la nuestra. No es del todo clara, por ejemplo, su
relación con la muerte. En muchísimas tumbas se encontraron huesos calcinados,
parece que tenían la costumbre de cremar a los muertos. Además los enterraban
con objetos útiles, denotando, como muchas otras culturas del mundo, que creían
en la vida más allá de la muerte.
El libro Huellas… no es una conclusión en torno al pasado prehispánico del
valle de Aburrá, es una introducción. Señala preguntas y hace sugerencias que
seguramente alentarán a futuros investigadores de muchas disciplinas.
Estas tribus indígenas del Valle de Aburrá no sobrevivieron a la conquista española, comandada por el
mariscal Jorge Robledo, que llegó al valle en agosto de 1541.
Lo mucho que sabemos de los
473 años que han pasado desde entonces no se equipara a lo desconocidos que nos
resultan los más o menos 9 mil años anteriores.
*Editorial Universidad de Antioquia, Medellín, 2013.
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