Viendo caer las flores de los guayacanes

 Por  Judaperes

Casa de Las Lilas, antes de la demolición.

 La globalización se nos metió a la casa. Sí, más como una tendencia consumista que como una cultura.  Huele a hollín, a baratija de quinientos o de mil.

 Amigo Lían- Ju.  No sé el por qué de la preocupación que ahora te embarga, se te nota una gran inconformidad cuando transitas las calles largas de este pueblo; pareciera como si presintieras una enfermedad en el alma,  y no sólo en la tuya sino en la del común en general.

Recuerdo aquella tarde, sentados en el parque viendo caer las flores de los guayacanes.  Parecía como si esa simple experiencia reconfortara este vivir; nada tenía que ver tanta belleza con la que los dueños del dinero y del poder han pretendido enseñorear.  No concebías cómo, en nombre de la llamada posmodernidad, y la vanidad intelectual y académica de unos arquitectos egoicos, se construyó esa plaza de mercado,  con un techo que de ninguna manera armoniza con los pisos duros, y mucho menos con las construcciones que la circundan; pues, al parecer,  no se trataba de un espacio que recreara una identidad, que tuviera un rostro en el que los habitantes de la plaza pudieran reconocerse y sí, mucho más,  un adefesio levantado por  pedantes que no leen los territorios y menos el hábitat de sus moradores.

Está bien, prestá atención, y estate muy atento, ya que seguirán llegando más obras, y las casas y demás edificaciones  que han mantenido una unidad arquitectónica y nos cuentan su historia en cada ventana, en cada puerta, en sus pisos y ambientes acogedores e invitadores a tomarse un café, cederán el paso a edificios para conglomerar gente,  para encerrar las miradas que ahora sin balcones no tienen otro horizonte que la edificación del frente.

Ya verás qué aparece en ese hueco que ha dejado la hermosa casa de las ”Lilas”, y que quién sabe  por qué negligencia no se adoptó para hacer allí un museo. Una céntrica casa de la cultura, donde pudieran venir a leernos los otros pueblos, y los viejos y los niños que ahora transitan por estas calles saturadas de peatones, compitiéndose la vía con los carros y las tantas motos que hacen de este pueblo un fortín ruidoso.

No te preocupes, como sucedió en los pueblos vecinos del norte, también a este pueblo lo irán transformando los inversionistas, los hacedores de plata, los de la mirada oportuna y el negocito, parece que no importa nada más.

Mirá otra vez el Pilsen en lo que se transformó. Un ventorrillo grande, decorado y con atractivos estomacales. Nada más patético para hablar de globalización, competencia refinada y nada de agüeros cuando de posicionar el status se trata. Un asunto de harina y de levadura; de moscas muchas,  y de miel, muy poca.

Lo que es a mí, no me invités a hacer fila por un buñuelo, de esos de 500, tan apetecidos por tantos. ¿Tendrá algo que ver la cantidad con la calidad?¿Será que el apetito está emparentado con el buen gusto? Eso es lo que nos hacen creer, o por lo menos lo parece. 

 Mientras eso sigue sucediendo, una y otra vez,  y el olor a grasa de paila fritadora nos invade como la mosca a la miel, te invito a mirar el río, vamos a ver cómo arrastra tanta suciedad, humana, por supuesto.

Esperemos a que el atardecer que nos ha dejado la lluvia nos regale un azul lejano, limpio y fresco.