24 abr 2012

El idioma y la invisibilidad de la mujer


LETRAS QUE SE ESFUMAN
Por Víctor Villa Mejía


Se trata de reconocer y de discernir cuándo es vital para nosotras ser nombradas y dónde nuestro ocultamiento es de suma gravedad para la construcción de nuestra identidad”.
Thomas, Florence. “Niñas y mujeres en la sombra”. El Tiempo. Bogotá, 9 de agosto de 2006, pp. 45-46.

“Creemos que hay otros lugares donde es más urgente atender la exclusión de los géneros y la discriminación, que la propia lengua. Dejemos a la lengua tranquila ya que harto nos sirve, incluso hasta en el mismo sexo”.
“El sexo en la lengua”. Universo Centro. Medellín, No. 32, marzo de 2012, p. 20.

La publicación en España del documento “Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer”, un poco antes del Día Internacional de la Mujer y también antes del Día del Idioma, ha reabierto el debate sobre la discriminación femenina en casi todas las esferas de lo social.

En el marco de ese debate, llama la atención que en Colombia la primera reacción frente al texto suscrito por la Real Academia Española, de la cual es miembro su autor Ignacio Bosque, fuera de El Tiempo, en su editorial del 17 de marzo: “Ellos, ellas y la gramática”. De allí transcribo dos apartes: “Hace 33 meses, el Concejo de Bogotá aprobó un acuerdo que imponía el ‘lenguaje con perspectiva de género’ en toda comunicación y texto del Distrito, incluso la prensa y televisión municipales; sobra decir que no se ha cumplido, porque quebranta el espíritu del idioma y obligaría al gobierno capitalino a expresarse en una jerga irreal, insoportable y ridícula […] Estamos ante un lenguaje postizo destinado a la escritura oficial o institucional y cuyo origen es la confusión entre género gramatical y sexo”. Cuatro días después, su columnista José Miguel Alzate (“¿Discriminación sexual en el idioma Español?” eltiempo.com) retoma el editorial de su periódico y concluye: “La mujer sufre discriminaciones, es cierto. Pero estas no hay que buscarlas en el manejo del idioma. Utilizar un lenguaje postizo solo para que ellas crean que se les tiene en cuenta es romper con la pureza que debe caracterizar esta lengua”.

La segunda reacción estuvo a cargo de la columnista del El Espectador Catalina Ruiz-Navarro (“Todos, todas y todes”). Después de comprimir las ideas centrales del documento de Bosque, hace la siguiente exhortación: “Ocupar la discusión de la igualdad de género en la gramática es un distractor de los problemas de injusticia reales a los que nos enfrentamos, pues de nada sirve decir ciudadanos y ciudadanas si a ellas les siguen pegando más y pagando menos en virtud de su sexo”. Lo de “todes” tiene que ver con una propuesta de pluralización del género gramatical cuando nombra a los humanos: mediante el remplazo, en el artículo y en el sustantivo, tanto de la o -los colombianos- como de la a -las colombianas- por la e -les colombianes- (ver Amarmenta, Sobre cómo la letra ‘e’ podría ofrecer la solución al problema del sexismo del español”, semana.com).

¿Cuáles son los casos de la gramática española que dan lugar a la invisibilidad femenina, y que para El Tiempo configuran una “jerga irreal, insoportable y ridícula” y un “lenguaje postizo”? Son 1) el masculino inclusivo, 2) el desdoblamiento léxico, 3) el nominativo neutro y 4) el participio pasivo de infinitivo.

1) El masculino inclusivo. Es el también llamado masculino genérico, en que el sustantivo masculino, plural o singular, incluye tanto el femenino como el masculino. En el aforismo “el niño nace bueno pero la sociedad lo corrompe” se subsume que en ese genérico están incluidas las niñas”. La solución que propone el visivilismo sería “El niño y la niña nacen buenos y buenas, pero la sociedad los y las corrompen”. O recurrir al ilegible signo @ para que represente a ambos géneros, como en uno de los lemas del Día del Hombre celebrado hace poco en Copacabana: “¿El hombre propone y la mujer dispone? ¡Pues no! Tod@s proponemos y tod@s disponemos”. O recurrir al también ilegible signo X al escribir “Estimadxs profesorxs”.

2) El desdoblamiento léxico. La siguiente cita a Florence Thomas (“Niñas y mujeres en la sombra”. El Tiempo. Bogotá, 9 de agosto de 2006, p. 45) ilustra el desdoblamiento léxico: “Aun cuando conozco las resistencias de muchos de mis buenos amigos y amigas, periodistas, escritores, escritoras, académicos y académicas ante el problema del lenguaje incluyente…”. Creo que el punto de llegada de la columnista Ruiz-Navarro deja mal parada la lista de Thomas: “De nada sirve decir ciudadanos y ciudadanas si a ellas les siguen pegando más y pagando menos, en virtud de su sexo”.

3) El nominativo neutro. El visivilismo ha propuesto sustantivos neutros que impidan la primacía del género gramatical masculino. Para que los profesores no oculten a las profesoras, se sugiere “el profesorado”; para que el jefe no oculte a la jefa, se sugiere “la jefatura”; y para que “el decano” no oculte a la decana, se sugiere “el decanato” o “la decanatura”. Pero nótese que el profesorado y el decanato, a modo de bumerán, regresan inexorablemente al masculino. Afortunadamente en la práctica discursiva se viene recuperando la dignidad femenina en los títulos académicos que la normatividad institucional se resiste a reconocer; es decir, son médicos los hombres y médicas las mujeres, jueces los hombres y juezas las mujeres, poetas los hombres y poetizas las mujeres.

4) El participio activo del verbo ser: ‘ente’. Los defensores de la norma lingüística per se alegan que ‘ente’, como participio activo de ser, no tiene femenino. Así, quien preside es y será ‘presidente’ sea hombre o mujer; no obstante que los argentinos estén felices con su “presidenta”. El problema es que hay sustantivos ‘entes’ que no son participios activos de ser, o en los que es muy difícil adivinar qué verbo está detrás de ‘cliente’, ‘agente’ o ‘paciente’ (el sujeto y objeto del médico); puede sonar extraño, pero ahí están en el uso las “clientas”, las “agentas” y las “pacientas”. El caso es que las presidentas y las clientas son opciones resbaladizas, sobre todo cuando se pretendan feminizar los adjetivos ‘valiente’, ‘decente’, y ‘ocurrente’, entre otros. 

Mi opinión sobre este debate es simple: al pueblo que fueres, habla como oyeres. Los hablantes de cualquier idioma, de manera inconciente, resultan haciendo parte de comunidades idiomáticas según variables de edad, género, oficio o cofradía. La perspectiva sociocultural del idioma funge de imperativo cuando se interactúa en un medio castrense, religioso, académico, etc. Si los habitantes de la Costa Caribe colombiana inventaron el vocativo “seño” para señoritas, señoritos, señores y señoras, así debe ser; si los estudiantes mexicanos inventaron los vocativos “profa” y “profas” para profesora y profesoras, así debe ser; y si alguien me dice que le presento a María, la “marida” de Juan, así debe ser (esposa es una metáfora chocante).

Finalmente, como se dijo arriba, de lo que se trata es del debate sobre la discriminación femenina en casi todas las esferas de lo social. Tres botones de muestra son suficientes para ilustrar la invisibilidad de la mujer por fuera del idioma. Uno: entre los siete candidatos a la rectoría de la Universidad de Antioquia no había una sola mujer; y nunca, desde 1803, la rectoría ha sido femenina. Otro: entre los cinco candidatos a la rectoría de la Universidad Nacional había dos mujeres, quienes después de la consulta a los estamentos quedaron de últimas. Y el otro: la terna para Fiscalía de la Nación estaba integrada por dos mujeres y un hombre; adivinen quién quedó.    


1 comments:

Anónimo dijo...

...pésimo final, pero buen articulo.