10 sept 2012

La lección de Aguirre

Foto: Alberto Aguirre, por Bibiana Ramírez
Mauricio Hoyos

Era de los últimos rebeldes. La prensa colombiana no ha tenido un ironista tan agudo, ni tan ilustrado como Aguirre. Los llamados grandes columnistas de la prensa nacional son apenas más famosos. A ninguno, absolutamente, y es algo que lamento, le queda el adjetivo “feroz”. A los mejores les falta ironía, elegancia, estilo. A propósito de lo cual escribió en una columna sobre Bolívar, citando a Buffón: “el estilo es el hombre”. Y así califica el estilo del héroe nacional, con palabras que bien sirven para calificar su propio estilo: "Conciso y eficaz. No es frondoso, no esconde la idea en los pliegues del discurso, sino que la desnuda con la palabra". (El Mundo, 19-12-80).

Con Fernando González (izq.), el brujo de Otra Parte.
Aguirre, entonces, no deja descendientes, salvo por Fernando Vallejo, gran rebelde, pero desde la literatura y el ensayo. No tiene, además, antecedentes, salvo por Fernando González, que practicó todos los géneros de la escritura. Y, quizá, Barba Jacob, que fue poeta y periodista. Sobre esta triada Aguirre escribió bellísimos textos. Y, también, sobre casi todos los hechos y seres que significaron algo para la nación. 

Pero escribió más sobre Fernando González. "A Colombia no le ha pasado nada tan grande como Fernando González. Y eso es la grandeza: acicate para seguir vivos. Estar vivo es tener ganas: de pelear, de penetrar el mundo, de buscar el conocimiento, de asediar placenteramente a esa presa furtiva que es la verdad", (El Mundo, 16-07-79). 

Es que sabía admirar, adular, que González creía el arte más difícil y profesión muy necesaria, pues alegra, estimula. No me refiero a la vil adulación, sino al arte de estimularnos unos a otros. Pequeños relámpagos de admiración para el que está con nosotros” (en Don Mirócletes. Y aduló y admiró mucho, porque no es posible un crítico al que nada ni nadie le parece bueno. 

Aguirre (esquina izq.), F. González,
Manuel M. Vallejo y el poeta Carlos Castro Saavedra.
Para el Magazín Dominical  de El Espectador, (#565- 27-02-94),  a propósito de Santander, esa biografía que escribió González para desprestigiar al falso héroe nacional, escribió Aguirre: “En medio de tanto paramento y de tanta hipocresía, y de tal unanimismo, uno se da cuenta de dos cosas: que es posible pensar y que, por fuerza, pensar es pensar en contra”, y agregó, para no dejar dudas de su credo político, y azarar burgueses, que “la palabra puede ser subversiva”. El texto se llama “El brujo Fernando González” y es de los más esclarecedores que se encuentran sobre la obra del filósofo de Otra Parte. 

Así mismo se leen hoy día las columnas de Aguirre, como las de un escritor que peleó siempre contra la corriente.

Y no fue una lucha breve. Sus columnas se cuentan por miles. Sus prólogos y ensayos son también varios y profundos. Sus fotografías también son muchísimas. No es que tuviese diarrea mental. En un artículo publicado en El Mundo, (5-02-82), donde hablaba de su tempranísima relación con la prensa, donde aprendió a leer, y a escribir, dijo: “Porque esto de la escritura no es simple urdimbre de palabras sobre una hoja en blanco: para que las palabras escritas sean discurso (esto es, tengan un significado) es preciso la confrontación con otros ojos (…) La escritura no es vicio solitario”.

Así fue como entrecruzó el placer de escribir al placer de compartir con los otros. Pero, ¿compartir qué? No sólo palabras dulces, lisonjas, sino también palabras amargas, crudas, rudas, pues consideraba que la función del escritor público no era precisamente endulzarle el oído a los lectores, sino sacarlos de su letargo: por eso admiró en los escritores alemanes (El Mundo, 27-06-80): “son escritores que indagan la realidad, que se comprometen con el problema que es esa realidad, y la cuestionan, la desnudan, la denuncian, dentro de parámetros estéticos impecables y novedosos”Justa declaración de principios. Y continúa: “El intelectual colombiano ha dimitido de su función crítica, refugiándose en la mística de pacotilla, en el intimismo o en la advocación inane del pasado (…) Porque el escritor colombiano ha erigido su ego en centro del universo, y así, por paradoja, se corta del universo. Si se insertara en el proceso vital de su país, el ego sería rico y tendría trascendencia”.

Tal vez hayan cambiado los intelectuales colombianos. Así no será en vano la obra de estos grandes, ni su nombre dejará de pronunciarse.

“Sin Alberto Aguirre, que acaba de morir, Colombia es menos inteligente, menos autocrítica, menos libre”, (El Tiempo, 9-09-12)  escribió Daniel Samper, columnista afamado. Qué lástima que no sea todo lo contrario, que después de Aguirre seamos más inteligentes, más autocríticos y más libres. Así me siento yo, por lo menos, luego de su lectura juiciosa. ¿Estará haciendo el columnista un panorama de la escena intelectual del país en esas dos líneas?

A todos llegó la noticia de la muerte de Alberto Aguirre, el pasado lunes 3 de septiembre. El Colombiano, El Mundo, El Espectador, El Tiempo, Semana, Revista Arcadia, entre otros, publicaron la respectiva nota necrológica. Se desempolvaron algunas entrevistas viejas. Su vida fue repasada por la prensa nacional. Algunos columnistas hicieron también la nota necrológica. La más sentida fue, quizá, la de Héctor Abad Faciolince, que era muy cercano.  Es la única vez que alguien por casualidad nacido en Girardota muere y la noticia se extiende por todo el país. No tenemos otro tan ilustre.

La muerte de un ser así pasma, uno la va digiriendo de a poco. Vivió los últimos tres años de su vida sin aparecer casi en la prensa.Todos los días por la mañana salió lentamente a la calle, en busca de la realidad. Ese tramo entre la librería, el cafetín, el restaurante, la panadería, la librería, se hacía larguísimo a su lado. Todavía volaba su pensamiento, a veces miraba como una fiera. Un curioso de un periódico le hacía recordar su vida plena de hombres voladores, nombres que brillan todavía en la historia de las letras nacionales. 

Una vez, un muchacho de 24 años le recita poemas de León de Greiff, a quien editó y amó. Otro día alguien le habla de Carlos Castro Saavedra, de quién todavía sabe poemas de memoria. Guarda muchísimos poemas en su memoria. 

La escena ocurre en la panadería donde se toma el cafecito con leche todos los días por la mañana. Suavemente, susurrante, recita la Elegía de Miguel Hernández:

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano...

Dedicaba un rato a las noticias, lee titulares, crónicas, columnas, se decepcionaba de lo mal que todavía se escribe hoy día. Uno le pregunta por los buenos escritores: "Nos estamos acabando", responde decepcionado. 

Pero, algo no lamento. La semana de su muerte la paz era el centro del debate nacional. Paz a su alma. Siempre la anheló en vida, sabía que sólo sería posible si había justicia. Justicia, fue en verdad su único sueño. 

"Creíamos que la palabra que dice la justicia sería, por sí sola, refulgente", escribió en su último artículo del periódico El Mundo, el 4 de septiembre de 1987, días después de la muerte de Héctor Abad Gómez. Ambos vivieron "soñando, siempre soñando, que al fin los corazones endurecidos, sería dulcificados por el amor". 

Fue cuando tuvo que abandonar el país, su ciudad, hacia el exilio. Duró tres años el suplicio de la soledad. Encuentra siempre en los libros una patria infinita: "Las obras de un buen ciudadano no son jamás estériles; si no estás en primera fila, sigue firme, contribuye con el alarido;  si alguien tapa tu boca, sigue firme, contribuye con el silencio". Séneca. Escribe esa frase en sus notas de exiliado, posteriormente publicadas en la Revista Universidad de Antioquia ( No. 0227, Ene.-Mar. 1992). 

Regresaría para combatir casi veinte años más en Colombia. Y después morir. 


Su obra 

Con Gonzalo Arango (izq.), antes del nadaísmo. Sobre
esta relación queda un gran testimonio: Cartas a Aguirre
de Gonzalo Arango.
Su obra está viva. En nuestras manos está el archivo de Alberto Aguirre, para que cualquiera lo pueda consultar. Contiene las columnas del periódico El Mundo (1979 a 1987), las de El Colombiano, (1992 a 2003), las de la revista Cromos (1999 a 2009). También tenemos su único libro Cuadro (1984), que compendia 200 columnas de los cinco primeros años de su paso por El Mundo. Es mucho, pero no es todo.

Falta lo publicado antes de 1979, en suplementos, revistas, etc. Lo publicado fuera de la prensa en años posteriores y lo que se pueda rescatar de su paso, también largo, por la radio. La última larga entrevista está siendo editada en forma de serie de televisión.

Recomendamos los siguientes textos publicados en internet sobre su obra: Entrevista de Gonzalo Arangoperfil de Augusto Escobar Mesa. Aquí algunas columnas de El mundo. Su obituario en Soho. Su voz aquí.

 








4 comments:

Anónimo dijo...

Aguirre escribió su propio obituario y, refiriéndose a sí mismo en tercera persona, comentó: “De haber seguido en el Derecho habría sido un sabio. Pero se puso a hacer libros. Era como si lo cansaran las glorias: una vez conquistado un laurel, lo hacía a un lado para que se secara. Rechazó siempre los homenajes. Decía que el homenaje es un pedestal que prefigura el rígor mortis”.

También aseguró que no le temía a la muerte y que próximo a sucumbir repetiría el verso de Teresa de Jesús:

Ven muerte, tan escondida,
que no te sienta venir,
porque el placer de morir
no me vuelva a dar la vida...

Anónimo dijo...

Decía que escribía para defender a los menesterosos y a los débiles de corazón.

Anónimo dijo...

El caso es que a propósito del egocentrismo de los intelectuales, aquí los periodistas, sí es cierto lo hiperbólico o el despropósito del autor del artículo,afirmar que uno de los mejores textos sobre el filósofo Fdo. González es el escrito por el muerto en cuestión.
(Los intelectuales no se pueden volver plañideras, dijo Aguirre en una columna impublicable)

Anónimo dijo...

Aguirre debio haber escrito para girardota en contra de todas esas mafias politiqueras quehan existido y existen, por con un control mediatico estos lagartos bajan un poco el abuso de poder y la corrupcion, espero que los de chimenea no bajen las banderas de defender el pueblo e informarnos sobre lo que pasa en GIRRDOTA.