Foto: Bibiana Ramírez. |
Por M. Hoyos
“Nos estamos acabando”, me dijo un día, respecto a los buenos columnistas, los periodistas y creo que también los buenos escritores. No le gustaba ninguno de los que escribían en la prensa por esos días, más o menos los mismos de hoy día. Alberto Aguirre Ceballos (Girardota 1926 - Medellín 2013) fue el más feroz columnista de la prensa colombiana. Así lo presentó la revista Cromos en el año 1999: “Levantará ampollas sin duda, clavará más de una daga, pero siempre desde el mejor de los flancos: el de su virulenta y sublevada inteligencia”. Palabras que valen para presentar también el libro El arte disentir (Sílaba Editores y el Fondo Editorial Universidad EAFIT, Medellín, julio de 2014). 30 años pasaron desde que se imprimió Cuadro (Medellín, 1984), su primero y único libro, esa joya punzante del periodismo colombiano.
“Nos estamos acabando”, me dijo un día, respecto a los buenos columnistas, los periodistas y creo que también los buenos escritores. No le gustaba ninguno de los que escribían en la prensa por esos días, más o menos los mismos de hoy día. Alberto Aguirre Ceballos (Girardota 1926 - Medellín 2013) fue el más feroz columnista de la prensa colombiana. Así lo presentó la revista Cromos en el año 1999: “Levantará ampollas sin duda, clavará más de una daga, pero siempre desde el mejor de los flancos: el de su virulenta y sublevada inteligencia”. Palabras que valen para presentar también el libro El arte disentir (Sílaba Editores y el Fondo Editorial Universidad EAFIT, Medellín, julio de 2014). 30 años pasaron desde que se imprimió Cuadro (Medellín, 1984), su primero y único libro, esa joya punzante del periodismo colombiano.
No fue solamente un crítico literario o de cine.
Creía necesaria otra crítica, exigía en
el intelectual una misión más importante que andar despotricando contra algunos
hombrecitos, culpables de haber escrito una mala novela o cometer un verso
insignificante o trinar alguna tontería.
Después de leer sus columnas de El mundo, El colombiano y Cromos queda una certeza: otra función
le corresponde al periodista: la crítica
del poder.
Aguirre escribió contra el poder y contra sus
áulicos (cortesanos), mensajeros y sacristanes. Y en esa tarea fue riguroso.
Por eso algunos que brillan lánguidamente en la actual prensa colombiana lo recuerdan
como “maestro”. Y otros, que brillaron en otro momento y hoy reposan en el
olvido, lo llamaron “Doctor Espasa” o “Monseñor Aguirre”, porque su voz era erudita
y altitonante.
El tono burlón de Mejía Vallejo en su texto “Monseñor
Aguirre” (El Mundo, 16-06-1979), uno de los que escribió contra Aguirre, tiene un sabor receloso. Vallejo
se sacó alguna espina personal publicando en El Mundo estupideces como que Aguirre era “la tía regañona
del periodismo antioqueño”.
Pero de todos quienes se refirieron a Aguirre ninguno supera
en gracia y amor a Gonzalo Arango
(Cromos, 1966): “Alberto Aguirre es, geográficamente, un oasis adonde hemos
arrimado una generación de escritores antioqueños a escamparnos del desierto (…)
Nadie volvió a partir de ese oasis con sed, porque el corazón de este hombre,
su amistad, su talento, hacen un poco de faro en la soledad espiritual de
Medellín”.
Para mantenerse lejos se hizo una máscara de
hostilidad y se convirtió en un raro espécimen de monje citadino. Vivió sin
lujos, en soledad, entre libros, manteniendo su “feroz independencia”. Porque
aquí muchos despavoridos albergan la certeza de que hay que hacerle guiños al
sistema, complacerlo, acatar sus ridículas convenciones, o entrenarse para la soledad, el exilio y la
muerte. Todavía me retumba aquella frase de Aguirre, como echando abajo el
gallinero: “Si el precio de la disidencia es la muerte, no hay lugar a vida en
sociedad” (El Mundo, 10-09-1986). A
algunos orangutanes (que parecen hombres) hay que despejarles el país de
inteligencia.
“¿Cómo
está, Aguirre?”, lo saludo. Y me responde que bien, “en lo privado”, pero me
señala el periódico, fastidiado, como queriendo decir que su pequeña comodidad
no tiene importancia.
En su apartamento pude ver el cuadro de sus
últimos meses de existencia. La sobriedad, la desnudez de sus paredes,
iluminada apenas por los dibujos de Nietzsche y Roberto Bolaño. El puñado de
libros que conserva, su edición del Libro
de los viajes y de las presencias, de Fernando González, un ejemplar de las
Obras Completas de León de Greiff (éste
último su libro más bellamente editado). Algunas novelas de Faciolince. Sobre
el escritorio, las obras completas de Miguel Hernández.
Una mañana me recitó pausadamente y casi en un
susurro la “Elegía” de Hernández. Recordó
el poema completo, tan bien cantado por Serrat. Me mostró así su amor por la poesía, esa patria
todavía posible.
Sin más contacto con el mundo que el de un
lector de periódicos, de libros (porque sin libros, afirma, ya hubiera muerto) yo
pensé que su aislamiento era el de los santos y los místicos. Pero viene a la
memoria alguno de sus aforismos de exiliado, que publicó la Revista de la Universidad de Antioquia:
“Resulta fácil asumir el papel de místico o
de iluminado: como resulta fácil asumir cualquier papel: lo difícil es no
asumir ninguno: vivir sin máscara. Porque el precio sería, más que la soledad,
el aislamiento”.
En sus últimos días en la tierra era un fantasma.
La más reciente aparición de su nombre fue
con la publicación de las Cartas a
Aguirre, en el 2006, con prólogo suyo donde vuelve a dar su visión
desapasionada y amorosa, de Gonzalo Arango. Pero aborrece a quienes viven
de exhumar el pasado.
No idealiza nunca el pasado, aunque Aguirre no pertenece al pasado. Por eso le gustó
tanto esta estrofa de Carl Sandburg, que siempre tornó a sus columnas:
"Hablo de nuevas ciudades y de gente nueva. Te digo que el pasado es un puñado de ceniza. Te digo que el ayer es un viento declinante, un sol caído al occidente. Te digo que en el mundo solo hay océanos de futuros, cielos de futuros".
"Hablo de nuevas ciudades y de gente nueva. Te digo que el pasado es un puñado de ceniza. Te digo que el ayer es un viento declinante, un sol caído al occidente. Te digo que en el mundo solo hay océanos de futuros, cielos de futuros".
Otras reseñas recientes:
La
ira ilustrada (El Espectador)
La
pluma certera de Alberto Aguirre (Revista Arcadia)
2 comments:
Espero poder leerlo. Muchas gracias por su trabajo.
Alberto Aguirre, que orgullo siento por haber sido uno de tus lectores. Te busque en el Mundo, te leí en Cromos y te quise tanto que me hiciste madrugar a buscar el pasquin del Colombiano.
Gracias viejo, hasta siempre
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