Cultura de cartón

Escultura de Felipe González en Casa de la Cultura de Girardota. Foto: Archivo Pueblo.

Opinión/ Por Carlos Orlas

 A los políticos de turno les encanta posar: con estanterías de libros  como hombres ilustrados, con obras civiles como grandes gestores, ante los próceres como estadistas, en fotos con personajes de estratos bajos (ojalá muecos, ancianos, niños y desvalidos) como prohombres generosos y humildes, salvadores de los más desfavorecidos. Y ante la cultura como espíritus ennoblecidos y sensibles por las bellas artes. Pero todo eso es pantomima, hipocresía y doblez.

En Girardota la cultura es manoseada por el poder. Es cultura oficial, o sea: de cartón. Por eso hay gente que es culta por cuenta propia, con libre criterio, con independencia y sin manoseos del poder. Y hay gente que le toca mamarse la lentitud burócrata, la desidia y la indiferencia de las alcaldías. Es el caso de la Casa de la Cultura de Girardota, interrumpida en sus procesos y apropiada en sus aciertos por parte de las administraciones de turno. García Márquez decía que la cultura no podía ser oficial porque se volvía como un adorno del poder, una dama de salón, una estampita en la estantería del Alcalde.  Y tenía razón porque miren cómo estamos.

Casa de la Cultura

Desde hace un mes y apenas iniciando una nueva administración, la Casa de la Cultura con sus procesos de educación fue frenada en seco por un asunto contractual. Mientras se interrumpía el contrato de los profesores se destinaban fondos para el viaje de los concejales hacia San Andrés. ¡País de tristes cosas!  Luego se negocia con ellos, los profesores de la Casa de la Cultura, vía subsecretario de Cultura, un mes más de contrato. Infames. ¿Cómo quieren después posar en fotos, invitar a la Banda Sinfónica a los eventos oficiales, mostrar en cifras lo que humanamente no hacen? Que nos gobiernen los caballos, como diría Calígula.

Las clases de música, danza, teatro y artes plásticas fueron pues interrumpidas por “falta de presupuesto”. La gente, tanto profesores como estudiantes, quedan en un limbo, sintiendo que al municipio no le interesa la cultura, que el alcalde es farsante, que la administración escatima en lo esencial y gasta en lo superficial, que una administración así no puede hablar de paz, ni de buena educación, ni de inclusión, ni de transparencia.

Imaginemos, para terminar, una niña de seis años que asiste a su clase semanal de piano, en pleno transcurso del semestre, y el profesor le dice que no hay más clases porque no tiene contrato. Si éste es buena persona le “regala” una clase más para que no pierda la ida. Y la niña le pregunta que para cuándo reiniciarían. Seguramente la estudiante ni piano tiene en su casa para seguir practicando. El profesor le dice que todo es incierto y que, quizás, haya contrato y por tanto clases para un mes más (!). Una humillación, cuando los recursos, los instrumentos y los profesores están ahí.

Lao Tse plantea en el Tao te King, hace más de dos mil años, que “el pueblo, sin gobierno, por sí mismo se ordenaría con equidad”. Ese condicional (ordenaría) es bellísimo, porque nos plantea la posibilidad de hacer una política más humana, quizás caótica, como el universo, pero no mezquina. Y, tal vez, la cultura deje de ser un discurso que todos se ponen como blusa, estampita o cartón.

Merecemos una especie de renacimiento, una contracultura que quiere penetrar en los meandros de ese cuerpo gotoso llamado sociedad, como dice Bernardo Ángel en una de sus obras de teatro llamada Fin a lo bonito.