7 may 2013

El fantasma de Pedrito Ruiz







Por Estefanía Carvajal Restrepo

Cuando apagaron la luz, el niño y el sacristán quedaron completamente ciegos. No se veían ni las palmas de las manos, no se distinguían ni las sombras de los santos de cerámica, ni la majestuosidad del púlpito, ni la intimidad de los confesionarios, ni el centenar de bancas en las que se arrodillan los feligreses a pedirle favores milagrosos al Señor Caído, al Jesús exánime que sufre como sus fieles las desgracias de la posición de perro.

De día la Catedral de Nuestra Señora del Rosario es un recinto que se debate entre la bulla y el silencio; los murmullos de los oradores se confunden, se entremezclan, se transfiguran, se conciertan en un gran murmullo ininteligible que arrulla a los niños y que juzga a los pecadores. De noche y en tinieblas, los murmullos de la Catedral son solo un eco que quiere ser rescatado del silencio, ese silencio de la noche que es más bullicioso que una turba de hombres furiosos.

El sacristán se ha quedado dentro, como de costumbre, para cerciorarse de que ningún desahuciado piense dormir en la casa de Dios. El niño –que preferiría cerrar los ojos para ver su propia oscuridad y no la del templo– está ahí para hacerle compañía al religioso, y quizás para atestiguar que este tampoco se quedó a dormir en alguna banca de madera. Un minuto que para el muchachito fue eterno tardó el hombre en encender la lámpara de petróleo, que si mucho iluminaba tres metros a la redonda del sacristán.

“¿Quieres conocer el fantasma de Pedrito?”, le preguntó el acólito al niño, quien no tuvo otra opción que seguirlo a tientas escaleras arriba, ¡ni de riesgos se iba a quedar solo y lejos de la única luz! Cuando faltaban un par de peldaños para llegar al coro, la voz ronca del viejo órgano Balbiani golpeó al silencio con un “si la sol fa mi re do si la sol” y luego calló.

“Mire el famoso fantasma de Pedrito Ruiz”, dijo el sacristán al tiempo que iluminaba con la lámpara de petróleo al viejo Balbiani.
Nada de manos, nada de sombras, nada de nada. Sobre el teclado de en medio caminaba una rata que se creía organista o que bien le gustaba asustar a la gente, porque no era la primera vez que el órgano resoplaba por sus flautas las notas de la escala de do. El viejo Balbiani aún tenía aire en sus fuelles manuales, aunque pronto sería desmantelado, robado, ultrajado, injuriado, deshonrado, desvalijado, asesinado. “Amos sin entrañas fueron fácilmente permisivos para un saqueo inmisericorde y varias piezas de la flautería gigante sirvieron como bajantes de agua lluvia en el San Alejo de los Apóstoles”, firma con nostalgia el padre Mario Sierra. El órgano murió de pena moral cuando ya no hubo nadie que lo tocara.

Pero no es del Balbiani, que en paz descanse, de lo que vamos a hablar. La historia del supuesto fantasma de Pedrito (no niego ni confirmo su existencia) me la contó Juan de Dios Cadavid, el presidente del Centro de Historia de Girardota. Y a Juan de Dios no se la contó nadie, porque él mismo era su protagonista. Confieso, pues, que el fantasma es solo una excusa para hablar de Pedrito y por ahí derecho para atrapar a los amantes de las historias de terror. Espero que la rata no los haya decepcionado.




Luis Eduardo Yarce, León Orlas y Pedrito
Ruiz, atrás, inclinado en la silla.
Fue en la Santa Ana, al lado de lo que era entonces la escuela de niñas de la Presentación, y que a nosotros nos tocó conocer como el Seminario Menor. Fue en la calle Santa Ana que Florentina Rendón parió a Pedrito Ruiz, el hijo que heredó el nombre y apellido de su padre andino, un 20 de octubre. El calendario iba por el año 1.889. Fue en la Santa Ana que nació Pedro Antonio Ruiz Rendón, el músico, hace 124 años.

Al otro día lo salvaron del pecado original al bautizarlo y ponerle como padrino al mismísimo padre Montoya. Es que no podían perder tiempo. Ahora Pedrito sería un buen cristiano, o al menos eso creían sus padres que, esperanzados en tener un hijo en el clero, lo enviaron al seminario, dicen que al de Santa Rosa de Osos. Como seminarista fue un fracaso, pero entre los sagrados muros de estudio y reflexión Pedrito aprendió qué era la clave de sol, y cuál era la de fa, aprendió a dibujar corcheas, tresillos y redondas, aprendió a trazar las líneas del pentagrama con una pluma y tinta china; Pedrito aprendió el arte de leer y escribir música.

A su regreso del seminario había un nuevo integrante en la familia: un piano Pleyel fabricado en Francia, de los mismos creadores del piano en que Chopin compuso sus nocturnos. Del instrumento no se conserva sino el mueble, “porque lo demás se lo llevó el diablo”, escribió el padre Mario. No obstante queda una duda sobre el piano Pleyel: ¿dónde están sus restos?

En la última casa que habitó Pedrito Ruiz en la calle séptima, entonces llamada “Calle Abajo”, esa última casita de tapia que le escrituró el padre Sierra a Julia Rosa (la esposa de Pedrito) y que antes fue un hotelillo de quinta, en esa casa ya reformada viven aún tres de los hijos de Pedrito y descansan las ruinas de un piano que hoy solo sirve como repisa. Pero ese piano –que es vertical, cabe aclarar– no es un Pleyel como el de Chopin, sino un John Broadwood & Sons londinense, como el que tocó Beethoven. El viejo piano-repisa conserva la mayoría de sus teclas de marfil amarillento que, al tocarlas, vomitan un sonido asfixiado, sofocado por el raimiento de sus martinetes, un sonido que es como la respiración de un asmático en crisis, como el jadeo de un caballo que, tras horas de andar con una pesada carga, llega a su establo y puede al fin tumbarse a rascarse el lomo. Como el Balbiani, el piano murió con Pedrito. Quizás los teclados pierden su dignidad cuando ya no pueden sonar, o cuando ya no hay quién los suene.

Íbamos en que Pedrito se encontró con un piano Pleyel al volver del seminario. El talento del joven para la música era inminente. Por eso, y porque quería mucho a los negritos, el padre Simón Urrea le encomendó a Pedrito la dirección de la banda de vientos de “Los Josefinos”, que ni Amado Ruiz, hijo de Pedrito, ni Juan de Dios Cadavid, el historiador, creen que se llamara “Los Josefinos”, pero así consta en la biografía que escribió el padre Mario Sierra. El caso es que “enseñando solfeo a sus integrantes y dirigiendo las ejecuciones musicales se hizo maestro”, escribió el padre Mario.

Pedrito también enseñó música y solfeo a un grupo de señores entre los que no había con qué hacer un caldo. Bernardo Saldarriaga “Machito”: horriblemente desafinado. Jesús García Zuleta, hijo de Emiliano García: aprendió a medias. Francisco Luis Córdoba: muy mal violinista, “seguramente porque el fuerte de Pedrito eran el piano los vientos, mas no las cuerdas”, supuso el padre Mario. Otros señores, que se salvan de inmortalizarse en la historia del pueblo como frustraciones musicales, pertenecieron a ese grupo. Además Pedrito dirigió por mucho tiempo un grupo de voces femeninas entre las que se destacaba la de Quica Saldarriaga, una soprano que es descrita por el padre Mario como la voz más fina que Girardota haya dado.


Ensayo en la casa de Pedrito Ruiz.


El órgano Balbiani llegó desde Italia al puerto de Cartagena, pero la sal del mar, capaz de roer hasta los corazones de los hombres, ya había hecho de las suyas. Lo salvó Gabriel Vieco, quien lo llevó hasta Girardota y además hizo un mapa de sus tres teclados y cada uno de los registros del órgano. La plantilla se la entregó el padre Simón a Pedrito, que no tenía ni idea de tocar un órgano salvo por sus conocimientos del teclado del piano. Así de fácil se convirtió Pedrito en organista.

Quienes escucharon el órgano Balbiani acicalar, en manos de Pedrito, las misas de la catedral del Señor Caído se quedan cortos de palabra para describir lo que se sentía. Pero el padre Mario, cuyas palabras se han recordado en esta historia, lo hace de forma magistral: el alma de los devotos parroquianos escuchaban por primera vez la música del cielo “que en arpas de ángeles despertaban la vega, paralizaban el río, abrillantaban la comarca, detenían el sol, entintaban los cielos, embrujaban los grillos y chicharras, alegraban el ambiente, perfumaban los búcaros y el pan, multiplicaban las cañas, henchían los graneros, en danzarines convertían las yuntas de los bueyes, enternecían las naranjas y cuajaban las mieles y de mudez llenaban los sinsontes”. Será que desde que el sonido del órgano desapareció del pueblo se empezaron a cambiar los lagos de pesca por minas de arena, los trapiches por fábricas de loza, lo sembrados de caña por mototaxis, las naranjas por códigos de barra, los búcaros por caminos de asfalto, el canto de los grillos por la bulla de los carros. Quién sabe.

Pedrito tocaba en el órgano las misas clásicas “de Angelis”, de “Cabas Galván” a dos voces, de “Sacramento de Calahorra”, interpretaba las composiciones del maestro Gonzalo Vidal y del padre Roberto Tobón. Pero no se quedaba ahí. Pedrito Ruiz también componía. El himno de Girardota, en 1933, el Trisagio a la Santísima Trinidad, dos series de responsorios para el oficio de difuntos, Misa de Requiem, tres Rosarios a Nuestra Señora, seis series de Letanías Lauteranas y nueve marchas fúnebres. “La Mangueña” aún hoy interpreta una de las marchas de Pedrito en las procesiones de Semana Santa.




Maestro Calle, Ignacio Castrillón, Luciano Cataño
Julio Rosa Zuleta y Pedrito Ruiz.
Un viejo moreno, canoso, vestido de paño, llega deslizando sus pies y se escurre hasta el coro de la catedral, estratégicamente ubicado en un segundo piso que los fieles parecen ignorar. Son las cinco de la mañana del 12 de enero de 1.966. In nomine Patris, et Filii, et Spiritus  Sancti. Amen. El padre Ricardo
Mejía, mirando hacia el altar, empieza a recitar la misa en fluido latín. Pedrito de 77 años, como todos los días, desentume sus dedos con un traguito de guaro y toca las primeras notas que viajan desde las flautas del órgano hasta la cúpula de la iglesia, y desde la cúpula hasta los oídos de los cristianos donde retumban, truenan, estallan, rugen, estremecen y erizan pieles blancas, mestizas y morenas.

El aguardiente le ha causado muchos problemas a Pedrito Ruiz. Cuando murió el padre Simón lo sucedió su sobrino, un tal padre Benjamín, que era muy riquero y muy blanquero y a Pedrito, que era pobre y negrito y además le gustaba el aguardiente, lo sacó volando de la dirección de “Los Josefinos” y del trabajo como organista de la Catedral de Nuestra Señora del Rosario. Desempleado y sin nada que perder, se fue Pedrito para Santa Rosa de Osos y trabajó en la antigua parroquia que hoy es una catedral. Pero volvió a Girardota. La gente presionó para que Pedrito tocara de nuevo el Balbiani y al cura Benjamín le figuró hacerse el bobo. También con el padre Nicolás Ochoa tuvo problemas. Por lo del trago, otra vez. Y el cura Nicolás lo volvió a echar y la gente otra vez presionó para que Pedrito volviera. Quién iba a tocar al viejo Balbiani, por Dios. El padre Nicolás también tuvo que ignorar a Pedrito, que mientras hacía cantar el órgano se tomaba sus aguardientes. Que la sobriedad se la lleve el diablo; hoy Pedrito también carga su botella.

Ora la penitencia y suena el órgano. Ora el padre nuestro y suena el órgano. Ora la comunión y calla el órgano. Y ora el silencio y la gente se desconsuela porque qué van a escuchar además del sermón en latín que no entienden. El Balbiani se calla y la gente piensa qué le habrá pasado a Pedrito, por qué Pedrito dejó de tocar. El sacristán sube las escaleras que llevan al piso del coro. Pedrito Ruiz está sentado en la banca de al lado del órgano con la cabeza entre las rodillas. “Pedrito se emborrachó muy temprano hoy”, pensó el religioso. Intentó despertarlo. Una vez. Dos, tres veces. Pedrito no responde. Pedrito ya se ha ido fulminado por un infarto.




...

Iba de la iglesia a la casa, de la casa a la iglesia. Que bebía, sí, pero no por ahí en la calle, recuerda Amado Ruiz, uno de los ocho hijos que tuvo Pedrito. Vivían en la calle séptima, por ese entonces la llamaban “Calle Abajo”, en la casa de tapia que como ya dijimos se la escrituró el padre Sierra a Julia Rosa Salazar Zuleta, la esposa de Pedrito, porque sabía que ella era más responsable. La propiedad no fue un regalo: fue que con ella le liquidaron las cesantías de corista que le debían de la iglesia.

En esa casa, cuenta Amado, se hacían los ensayos. De “Los Josefinos”, de los coros, de éstos y aquéllos. Entonces afuera de la casa se paraba a escuchar todo el pueblo, como 5 mil personas que vivían en el Hatogrande. Eso veía la mente infantil de Amado…un río de gente haciendo procesión hasta “Calle Abajo”, entre la Caldas y la Córdoba, un mar de pueblerinos que se paraban en la calle a escuchar los vientos, las voces, y el eco del piano retumbando entre las paredes de tapia.

Cuando no estaba Pedrito en la iglesia o ensayando en la casa con sus amigos, estaba escribiendo música con tinta china o enseñándole a Pedro Julio, el hijo mayor, a tocar el piano. El Pleyel. O el Broadwood & Sons. Pedrito era muy buen padre, un hombre muy tranquilo. Eso atestiguan sus hijos. Esos son los recuerdos de Amado.


Placa en el segundo piso de la
 casa remodelada de la Calle Séptima.
“Yo no necesito que recuerden a mi padre, yo a él lo amo, ¿pero quién es ese señor?”, pregunta Amado, irritado pero tranquilo. Ese señor es Humberto Saldarriaga. ¿Quién? Un político, el señor Humberto Saldarriaga. En el portón de la Casa de la Cultura Pedrito Ruiz han borrado el nombre del músico y han puesto el de Humberto Saldarriaga. Un político. Pero no es que la Casa de la Cultura se haya dejado de llamar Pedrito Ruiz, no señor, sigue llamándose como el protagonista de esta historia. Lo que pasó fue que inauguraron un Parque Educativo que hasta ahora consiste en haber integrado el Atanasio Girardot, la Corporación Politécnica y la Casa de la Cultura. Quitaron las rejas y eso es un principio. Pero el Parque Educativo se llama Humberto Saldarriaga, el nombre de un político que no conocemos y del que no sabemos qué hizo por el pueblo para que su nombre mereciera estar en el lugar donde estuvo el de Pedrito Ruiz. Yo, por mi parte, seguiré llamando al lugar por su antiguo nombre.

*Nota: Gracias a Juan de Dios Cadavid, a Amado Ruiz y a sus hermanos, y al padre Mario Sierra Osorio por tan bellos textos sobre Pedrito. Las fotografías que acompañan este artículo son cortesía del Centro de Historia de Girardota.


11 comments:

Anónimo dijo...

que le devuelvan a la portada de la casa de la cultura el nombre de pedrito ruiz, inútil, pero por lo menos tiene algo que ver con eso de la "cultura". y que no se mezclen esos personajes desconocidos (humbertos saldarriagas) con los creadores. aunque sean poquitos y borrachitos. qué prosa estefanía.

Anónimo dijo...

ojo veedores, mucho cuidado con la burocrasia, hagan seguimiento, que gentio haciendo nada, solo por un compromiso politico y si no miren en hacienda, crearon cargos que no he podido saber que funciones cumplen, maria nelli que justificacion tenes para tanta gente y la mala atencion en impuestos y en tesoreria, igualmente en servicos administativos, que gentio especialmente en personal y en juridica y los escoltas del alcalde un guevara que hace????????? justifique por que es mas la politica que las funciones.

Anónimo dijo...

veedores, otra cosita, que hace control interno, que no vigila la contratacion, todo lo hacen a nombre de fundaciones y corporaciones, y si no preguntele a berenice y a su hija, que son las ordenadores del gasto; para celebrar sus fiestecitas en compañia de algunos funcionarios, llevando mariachis de cuenta de quien?????????????????? ojos abiertos que desangre, y todo sigue auspiciado por la doctorcita de hacienda.
se dan como benefactoras pero con los dineros del pueblo, estoy mamado de pagar impuestos para que otros satisfagan los derroches.

Anónimo dijo...

concejales hagan algo por este pueblito o van acabar con el ustedes tambien, les tapan la boca con regalos y dinero o es mentira hernan y diego uribe, cuanto les toco en diciembre?
que contratos amarraron para ustedes, en el kiosko todo lo arregaln con la de hacienda o que opina abogado uribe????????????????????

estas acaudalando para su campaña, no se desgaste amigo, que eso es para robinhooo

doctor ortiz, no de papaya

Anónimo dijo...

burocracia y bastante, cambalaches y mucho, sera que te va a durar tanto al estilo chavez, Dios te oiga, para que sigamos pasando rico
humildad hay que enseñarsela, secretario de educacion nesesitamos unas clasecitas, en que colgio enseñan humildad y nobleza, por favor a matricular a ortiz

Anónimo dijo...

Que texto tan bonito. Me alegre un poco al leerlo. Felicitaciones a la autora y a todos los balconudos por esta chimenea y su calorcito,un abrazo. Juan Marias.

Anónimo dijo...

EL COMITÉ DE ALUMBRADO PUBLICO DE ASO COMUNAL se dejo manejar el tan anunciado Cabildo abierto, el refrán dice el que tiene el micrófono se lo entrega al que le conviene y lo que se esperaba era que la camarilla del burgomaestre invitaron al comité de aplausos y chupa medias del alcalde para enfrentar una minoría que lograron llevar los de la aso comunal, a donde estuvo la gente que tanto critica pero en los corrillos, lo que si hay que abonarle a esos valientes señores de la aso comunal que pusieron el pecho. los otros se esconden, atentamente Luis Antonio Hincapie H.

Anónimo dijo...

Señor, luis A Hincapie, favor entienda que no hubo cabildo abierto lo que hubo fue una audiencia pública, que son dos cosas muy distintas, puesto que al concejo y a la administración han buscado mil pretestos para evitar un cabildo abierto, no se que esconden o de que les da miedo y esa audiencia pública es una payasada que ni la misma gente de la administración se la cree y los que intervinieron ya tenian el texto montado, consignas pagadas del presupuesto y demas montajes.

Anónimo dijo...

Buena recopilación histórica. Muy agradable y divertida la historia.

Unknown dijo...

Que buena publicación estefania! Muchas Gracias.

Lola dijo...

NO sabia que existía este tipo de Blog referente al municipio de Girardota. Que nos cuente un poco de la historia de nuestra cultura girardotana y como acontecieron ciertos hechos que marcaron nuestra historia.
Se me enchina la piel imaginando estos bellos momentos que plasmas en tu relato, recordando como por medio de nuestros antepasados sucedió todo lo que hoy tenemos;
Lastima que no sepamos valorar las cosas...

Que al pasar el tiempo estos nombres sean borrados de los recuerdos, las majestuosas y coloniales casas sean demolidas, que olvidemos por completo el concepto de patrimonio e Historia, que le demos títulos y tributos sin importancia a personas que no conocemos.

Un hermoso trabajo el que realizaste, espero poder seguir leyendo mas de este tipo de contenidos.
Felicitaciones.