Adelaida Nikoláyeva
El acuerdo sobre
garantías de participación política firmado en la Habana es, por ahora, un
acuerdo sobre el papel. Sin embargo, que las delegaciones del gobierno y de las
FARC, dos de los actores políticos enfrentados durante más de cincuenta años en
una desgastadora guerra hayan dado este paso trascendental, significa
innegablemente un avance concreto en la búsqueda de un ambiente favorable para
la conquista de la paz con justicia social.
Es importante
analizar este hecho en un contexto más amplio que los diálogos para tener
elementos de análisis que ayuden a despejar las dudas, y desentrañar el
significado de la oportunidad histórica que representan los acuerdos alcanzados
en la Habana.
Para empezar, en
los últimos treinta años ha habido distintos intentos de poner fin a ésta
guerra fratricida y alcanzar la paz como fin y derecho constitucional para
todos los colombianos.
Un repaso a la
historia reciente nos lleva a los primeros acuerdos que se suscribieron en el
gobierno de Belisario Betancur (1982–1986). Durante su gobierno firmó acuerdos
de paz el 24 de agosto de 1.984 con el M-19
en Corinto, Cauca y con el EPL en Medellín, Antioquia. Con las FARC el
28 de marzo en la Uribe, Meta.
Sin embargo, éstos
acuerdos no pasaron la prueba del tiempo debido a la estrategia de guerra
impulsada por poderosos enemigos agazapados
de la paz dentro del Estado y las fuerzas armadas, que seguían teniendo un
enorme peso e influencia e impidieron el avance a los movimientos populares que
surgieron como resultado de los acuerdos.
Tal es el caso de la Unión Patriótica y el Frente Popular que se lanzaron a
participar de la apertura democrática que se anunció pero que nunca se cumplió.
Realmente a lo que se enfrentaron los movimientos que nacieron de aquellos
acuerdos fue al poder de un Estado históricamente blindado contra la oposición,
donde el viejo bipartidismo seguía empotrado en el poder velando celosamente
sus intereses económicos y políticos. Dicho intento de solución política
fracasa por la represión Estatal y paraestatal que contaba con la alianza
narco-paramilitar y que llevó al exterminio y genocidio político de la UP y las
organizaciones que apostaron por una salida política al conflicto social y
armado. En éste período fueron asesinados centenares de activistas y
simpatizantes de la UP, así como su candidato presidencial Jaime Pardo Leal en
1986.
La década del 90
fue inaugurada por los acuerdos de paz del año 1.989, primero con el M-19 al
final del gobierno de Virgilio Barco (1.986 -1.990), y luego en el gobierno de
Cesar Gaviria (1.990-1.994) con el PRT, el MAQL (Manuel Quintín Lame) y el EPL.
Los acuerdos alcanzados le dieron mayor fuerza a la demanda de amplios sectores
de la sociedad de convocar una Asamblea
Nacional Constituyente, acogida por el movimiento estudiantil a través de
la Séptima Papeleta en las elecciones de mayo del año 90. Entre marzo y abril
son asesinados Bernardo Jaramillo, presidente de la Unión Patriótica, y Carlos
Pizarro, líder del M-19, ambos candidatos presidenciales. Bajo un ambiente de
escalamiento del conflicto, el mismo día que son elegidos los delegados a la
ANC el ejército lanza un bombardeo contra la sede del Secretariado Nacional de
las FARC, en la Uribe, Meta, enterrando con ello la posibilidad de diálogos
como medio para poner fin a la confrontación armada. Tras los ataques, las
FARC, el ELN y un sector del EPL volvieron a la lucha armada.
San Vicente del
Caguán, en el departamento de Caquetá, fue testigo del último intento de
diálogo por una salida política al conflicto. El presidente Andrés Pastrana
(1.998 – 2.002) y las FARC-EP acordaron conformar una mesa de diálogo, previa
exploración durante el año 1.998 que llevó a la creación de una zona de
desmilitarización y de una agenda temática conformada por 13 puntos, a encuentros
y foros con comunidades, sectores sociales, representantes del poder económico,
gobiernos y personalidades internacionales.
Si bien la
experiencia del Caguán ha sido evaluada críticamente, una de las razones que
llevó a su ruptura, jamás aceptada por el gobierno y las fuerzas armadas, fue
la respuesta militar de la guerrilla para que el Estado frenara el avance
paramilitar en todo el país, que como se vio en los años siguientes (2.002 –
2.010) sembró de muerte, masacres, desplazamientos y desolación en campos y
ciudades. La otra razón que llevó al fin de los diálogos, fue el diseño del
Plan Colombia por el gobierno de Pastrana que buscaba fortalecer las fuerzas
armadas ante la ofensiva y amenaza en que se habían convertido las guerrillas,
para lo cual propuso lanzar el Plan como una estrategia contrainsurgente y de
afianzamiento de la oligarquía y de recolonización continental del imperialismo
norteamericano.
El período de
gobierno de Álvaro Uribe (2002 – 2010) es tal vez del que más sabemos en cuanto
a su posición negativa y radical a cualquier proceso de diálogos y solución
política negociada al conflicto armado. Es ampliamente conocida su
intransigencia con la mesa de diálogo de la Habana al sostener como única
alternativa a los problemas del país la guerra infinita contra el terrorismo
y la oposición política en el país; su obsesiva insistencia en la
estrategia de Seguridad Democrática
de la cual sabemos sobre su costo social, jurídica, económica y en vidas para
miles de colombianos; su papel en el surgimiento de las Convivir como matrices
del paramilitarismo que se expandió por toda la geografía nacional; su obtusa
oposición a reconocer que en Colombia existe un conflicto armado. No vamos a
extendernos en aras al espacio, en caracterizar el período de gobierno de
Uribe. La historia se ha ido encargando de dar cuenta de la corrupción, el
crimen, la mentira, las chuzadas telefónicas, los miles de casos de asesinatos
de civiles a manos de la fuerza pública presentados luego como falsos
positivos, la amenaza, la falsa acusación y procesos judiciales amañados contra
opositores, el engaño y la tergiversación grave que ha querido hacer de la
realidad social y política pretendiendo que ésta sea a su amaño y antojo.
Entre lo último que
acaba de afirmar el ex presidente de la guerra sin fin, es que no comparte nada
de lo que se acuerde en La Habana. Esto no tiene nada de extraño ya que siempre
se ha opuesto a una salida dialogada al conflicto armado. Ha sido una amenaza y
un obstáculo a cualquier intento de solución política a través del diálogo.
Para éste halcón de la guerra los diálogos de la Habana avanzan pero para
entregar a Colombia a los terroristas y
al Castro Chavismo. En él, el partido Uribe Centro Democrático y la lista
de senadores que se proponen elegir al Congreso de la República, y en Óscar Iván Zuluaga su sucesor, quien una vez
fue proclamado candidato presidencial declaró que su primer decisión de
gobierno sería acabar con los diálogos de la Habana, está el mayor peligro para
alcanzar una paz con justicia social duradera.
Hay que seguir
denunciando y debatiendo hasta debilitar las posturas que aún sostienen la
continuidad de la guerra en Colombia. Fortaleciendo el trabajo político, el
movimiento popular y la izquierda para avanzar en la unidad y articulación del
movimiento nacional por la paz.
Sin duda hemos
avanzado, cada vez son menos pero más rabiosos y peligrosos los halcones y
señores de la guerra y eso es una señal de que falta mucho para el éxito del
proceso de diálogos y la paz necesaria para Colombia. Para que por fin
descansen las víctimas de la guerra, los desplazados, los expropiados, los
amenazados, los exiliados y se haga justicia, reparación y jamás se vuelvan a
repetir crímenes de lesa humanidad como los que se han cometido en Colombia.
Las posibilidades
que abre el acuerdo sobre participación política alcanzado en la Habana hay que
verlas a la luz del papel que juega la unidad del pueblo en los cambios
históricos. Aún faltan mayores niveles de unidad en el movimiento social y
político que constituye al sujeto de los cambios sociales y políticos. Si bien
es cierto en el país ha habido grandes manifestaciones de apoyo a los diálogos
por una paz con justicia social, como la jornada del 9 de abril de Bogotá, el
paro nacional agrario, cafetero y el Congreso para la paz, las movilizaciones y
protestas nacionales en contra de los TLCs; existe todavía un sector ciudadano
que aún cree en la continuación de la guerra como solución a la crisis estructural
que vivimos.
Así mismo es
necesario que la mayoría del pueblo colombiano asuma consciente y activamente
ser el factor determinante y central del momento histórico que vivimos, apoyado
en su condición de constituyente primario y soberano, que proponga un proyecto
de sociedad alternativo al del capitalismo decadente de la vieja oligarquía y
sus aliados globales, y actúe como factor
humano y soporte real al fin del conflicto armado, lo cual no se logra
únicamente con la firma de los acuerdos a que se llegue en la Habana. Por ello
nada más acorde y vigente con el momento que el llamado de José Martí a los
pueblos de Nuestra América:
“No hay proa que taje una nube de ideas. Una
idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, para, como la bandera mística
del juicio final, a un escuadrón de acorazados. Los pueblos que no se conocen
han de darse prisa para conocerse, como quienes van a pelear juntos… ¡los
árboles se han de poner en fila para que no pase el gigante de las siete
leguas! Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en
cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes.”
…Pero los hombres los demás hombres abren su
pecho alegremente al sol
Establecen sus puños contra la desesperanza
sus fuegos vengadores contra el crimen
su amor de interminables raíces
contra la atroz guadaña del odio.
La angustia existe sí.
Como la desesperanza
el crimen o el odio.
¿Para quién deberá ser la voz del poeta?
Roque Dalton
1 comments:
La Procuraduria sanciona a Petro por atender compromisos e influencia de los concesionarios monopolizadores de la recoleccion de basuras en el pais y en cambio los entes de control no hacen caso a delitos mas grandes como es la corrupción y el detrimento patrimonial, que es el caso mas patetico el del municipio de Girardota y es mas grave que lo que hizo Petro en Bogota.
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