Por Simón Ramírez
Esta semana volví a la biblioteca del pueblo. Esa biblioteca que antes se llamaba con el nombre de un escritor español (que a nadie importaba) y que ahora tiene el nombre del escritor más genial que (por azar) nació en Girardota: Alberto Aguirre. Hace años no me arrimaba por allá, aunque fue un espacio que habité mucho desde los 13 hasta los 18. En parte, me daba pereza ir a una biblioteca caída; además la última administración hizo casi nada por dinamizarla: casi que estuvimos sin programación literaria, cultural, artística, académica o de cualquier tipo. ¿Para qué ir?