LETRAS QUE SE ESFUMAN
Por
Víctor Villa Mejía
Camilo Jiménez, profesor universitario que renuncia a su cátedra y publica en su blog una polémica carta de renuncia. |
“Los
estudiantes de este último semestre, y los de dos o tres anteriores, nunca
pudieron pasar del resumen. No siempre fue así. Desde que empecé mi cátedra, en
el 2002, los estudiantes tenían problemas para lograr una síntesis bien hecha,
y en su elaboración nos tomábamos un buen tiempo. Pero se lograba avanzar. Lo
que siento de tres o cuatro semestres para acá es más apatía y menos curiosidad”.
Camilo Jiménez
La chispa
El 8 de diciembre aparece publicada en eltiempo.com (Camilo Jiménez renuncia a cátedra de Comunicación Social) la carta de renuncia del titular de la cátedra Evaluación de Textos de No Ficción, perteneciente a la línea de Producción Editorial y Multimedial de la carrera de Comunicación Social de la Universidad Javeriana. “Dejo la cátedra porque no me pude comunicar con los nativos digitales. No entiendo sus nuevos intereses, no encontré la manera de mostrarles lo que considero esencial en este hermoso oficio de la edición. Quizá la lectura sea ahora salir al mar de Internet a pescar fragmentos, citas y vínculos. Y en consecuencia, la escritura esté mudando a esas frases sueltas, grises, sin vida, siempre con errores. Por eso, los nuevos párrafos que se están escribiendo parecen zombis […] De 30, tres se acercaron y dos más hicieron su mejor esfuerzo. Veinticinco muchachos en sus 20 años no pudieron, en cuatro meses, escribir el resumen de una obra en un párrafo atildado, entregarlo en el plazo pactado y usar un número de palabras limitado, que varió de un ejercicio a otro”.
La pradera
La prensa escrita pesca en río revuelto. Aparecen en escena periódicos como El Tiempo de Bogotá (Camilo Jiménez renuncia a cátedra de Comunicación Social porque... y Carta de una estudiante de Comunicación Social a Camilo Jiménez), El Espectador de Bogotá (Carta a Camilo Jiménez | ELESPECTADOR.COM y ¿Para qué se educa en la U privada? | ELESPECTADOR.COM), El Heraldo de Barranquilla (Que Jiménez publique los textos mal escritos | El Heraldo), Diario Occidente de Cali (Diario Occidente | Una carta de renuncia), Risaralda Hoy de Pereira (RisaraldaHoy.com: Profesor universitario renunció porque sus ...), El Colombiano de Medellín (La vocación irrenunciable del profe - El Colombiano), y la revista Semana de Bogotá ("Estoy contra la mediocridad de los estudiantes", Articulo Impreso).
Entresaco dos textos periodísticos. Juan
José García, de elcolombiano.com, escribe en su columna del 12 de diciembre (La vocación irrenunciable del
profe - El Colombiano):
“Además de aprender y saber cada día más, los profesores debemos acreditar
paciencia infinita y tener la sapiencia, la sagacidad y la audacia necesarias
para innovar, transformar y actualizar contenidos, para ingeniar una
metodología sugestiva y eficiente y para elaborar propuestas inteligentes de
comunicación con los nuevos colegas, que ayuden a conciliar el conflicto entre
generaciones”. (Énfasis: la paciencia del profesor).
Y
en semana.com María Jimena Duzán entrevista al profesor Camilo Jiménez ("Estoy
contra la mediocridad de los estudiantes", Articulo Impreso). : “M.J.D.: Usted habla en su carta de que se va de la cátedra porque sus
estudiantes no pudieron hacer un párrafo de un resumen de un libro… ¿Cuál era
el libro?
C.J.: Uno de los resúmenes que propuse fue
de Relato de un náufrago, de García
Márquez. Y el trabajo de uno de los alumnos empezaba: "El retrato de una
naufrago…! De una había tres errores en el título: retrato en vez de relato,
una en vez de un y naufrago en vez de náufrago. Eso es ya un caso dramático de
atención, de concentración, de cuidado.
M.J.D.: ¿No leen los jóvenes hoy
día?
C.J.:
Sí leen, pero en Internet, abriendo cada minuto una ventana, otra, mientras
chatean con alguien. Es una lectura etérea, poco comprometida. Ahí empiezan a
no entender y a fallar en su valoración sobre los hechos. Sin embargo, el
ejercicio de leer un libro es distinto porque precisamente es el que les
permite cerrar todas esas ventanas y abrir una sola para meterse en ella. Esa
lectura atenta, que puede hacerse en cualquier plataforma y no solo en un
libro, que nos permite retirarnos por un momento del mundo y concentrarnos en
el libro, es lo que está faltando”. (Énfasis: la lectura académica y la
escritura cero errores).
La llamarada
El 12 de diciembre eltiempo.com
publica una carta-réplica de una estudiante de la misma carrera, mas no de la
asignatura del catedrático Jiménez (Carta de una estudiante de Comunicación Social a Camilo Jiménez).
El subtítulo del artículo es sugestivo: ‘Está que arde el debate iniciado por
la carta de renuncia del profesor de la Universidad Javeriana’.
En uno de sus apartes dice: “Hice un conteo similar al suyo. He cursado un
total de 29 materias y nunca he repetido profesor. De esos 29 profesores, 3 me
han enseñado algo, y uno ha hecho el esfuerzo. 25 profesores han pasado por mi
vida desapercibidamente. ¿25 estudiantes no le dieron la talla? Bueno, a mí 25
profesores no me la han dado, y a mí no me pagan; yo pago”. Más adelante
agrega: “Si se queja de que no hay estudiantes con un espíritu curioso y
crítico, yo me quejo de que no tengo profesores que siembren en mí la duda y las
ganas de saber. Porque si hay algo que creo es que las ganas de aprender de un
estudiante residen, en gran medida, en las ganas del profesor de que sus
estudiantes aprendan”. (Énfasis: el aprendizaje del estudiante).
La carta de la estudiante es considerada
magistral por el escritor y columnista Óscar Collazos (“Los
nativos digitales”,
por Óscar Collazos
« Prodavinci). Dice: “Insisto en la respuesta de Victoria Tobar porque es
la más brillante pieza de ‘la defensa’: ‘(…) Le recuerdo, señor Jiménez, que a
eso vamos nosotros a la universidad; a aprender. Y si lo tiene claro –supongo
que lo ha oído decir en múltiples ocasiones–, no entiendo entonces su noción de
ser profesor, y mucho menos su concepto de enseñar’. La respuesta es ejemplar,
no porque Jiménez no haya precisado que su decisión obedecía a una experiencia
personal sino porque la estudiante le opone un desafío extremo. Victoria no
escribe como la mayoría de sus compañeros. Argumenta con habilidad excepcional
y con el lenguaje que el ex profesor no encontraba en la mayoría de sus
estudiantes”.
La
humareda
La
problemática puesta sobre el tapete se parece en mucho a la llamada caja de china:
una caja grande que contiene otra menos grande, y otra más pequeña, y otra
mucho más pequeña, y otra pequeñísima; y así. Voy a llamar a la caja
pequeñísima, “resumen”; a la mucho más pequeña “tecnologías lectoescriturales”;
a la más pequeña, “cultura académica”; a la menos grande, “cultura”; y a la
caja grande “sociedad”. No hay una caja para “educación”, porque el mismo
catedrático Jiménez ha reconocido no ser educador (http://www.rcnradio.com/node/124912#ixzz1gu2w2cFL).
Sobre el
resumen he escrito en Leo y escribo en la
universidad (inédito) que la lectoescritura empieza en la capacidad de
comprimir, condensar, es decir resumir. La alumna de Comunicación Social de la Javeriana, Victoria Tovar,
le pide al resumen lo que este no puede dar. En su carta le pregunta al
renunciado Jiménez: “Usted critica, principalmente, la
actitud adormilada de sus estudiantes, su ausencia de espíritu crítico y, en
consecuencia, sus largos e incómodos silencios durante sus clases; le pregunto,
¿cree usted que un resumen es el mayor fomento del espíritu inquieto y crítico? Por supuesto que no. El mismo
catedrático Jiménez lo había
expuesto en su renuncia: “Primero,
un resumen: todos los textos de los editores son breves, o deberían serlo
–contracubiertas, textos de catálogo, solapas, etcétera–; una vez que la
mayoría hubiera conseguido un resumen pertinente y económico, pasábamos a
escritos más complejos: notas de prensa y contracubiertas, para terminar con un
informe editorial o una reseña”.
En relación
con las tecnologías lectoescriturales la primera, ciertamente, es el resumen
(saber qué dijo el otro); le siguen la reseña (evaluar al otro), el estado del
arte (reconfigurar lo dicho por otros), y el ensayo (mi voz apuntalada
–respaldada– en la voz de los otros). Estas son tecnologías y no creaciones
literarias, porque las disciplinas son una cosa y el arte otra.
Frente a la “cultura académica”, Salomón Kalmanoviyz –sin referirse al caso Jiménez– ha escrito el 19 de diciembre en elespectador.com (La escritura en los tiempos modernos ... - El Espectador) que “la cultura de la multiplicidad de tareas está contenida en la tecnología y los muchachos saben cómo manejarla desde su más temprana edad; la dispersión de la atención se origina en el computador, en los juegos electrónicos y en las comunicaciones; la agilidad mental de los muchachos debe ser, en consecuencia, mayor a la de las generaciones antiguas; leen mucho más pero de manera dispersa y sólo se focalizan al momento de leer las instrucciones para manejar un programa o un aparato; escriben también más frecuentemente, pero adaptan el lenguaje a los requerimientos de rapidez y eficiencia del chat y cuentan con ventanas de información inmediatas en la nube cuando se trata de investigar algún tema […] Ante lo nuevo, los profesores nos podemos declarar perplejos o derrotados, pero también insistir en que debemos desarrollar el sistema analítico de nuestro pensamiento; la literatura, la filosofía, las ciencias sociales y las ciencias en general deben contar con el interés y la vocación de los estudiantes para poder deleitarse y focalizarse en el desarrollo de sus facultades en cada una de ellas; debemos comunicarles que la escritura es fundamental para organizar el pensamiento y aprender de forma profunda lo que nos resulta más difícil. Se requiere todavía en las burocracias privadas y públicas. El ensayo surge de una estructura subyacente que el estudiante debe construir conscientemente: una introducción en la que anuncia su aporte dentro del estado del arte, un desarrollo de los datos que lo lleva a probar su aporte y una conclusión; en el ensayo, al igual que en la literatura, es fundamental seducir al lector. Hay que insistir en que en la escritura existe una ética del reconocimiento por el pensamiento ajeno y por eso la citación debe separar lo que aportamos de lo que aprendimos de otros autores; no hay problema con el copiar-pegar con tal de que se informe de dónde salió y no se contente con el fragmento que se cita”.
La caja llamada “cultura” le da entrada a una opinión de Arturo Argüello en su columna (¿Renunciar públicamente? - Columnas y Editoriales de Colombia y...), publicada en eltiempo.com: “Nada de lo que expresa el profesor Jiménez en su carta puede sorprenderme más que la propia ingenuidad de la que es víctima, al apuntar su dedo contra una generación sin mirar a otras que la anteceden, incluso la de él mismo. En este país abunda la apatía y escasean los profesionales que han desarrollado un nivel mínimo aceptable en sus competencias de redacción. Los motivos por los cuales el profesor renuncia no son característicos de una única generación sino que son más bien inherentes a la cultura de un país”.
Y finalmente, la caja llamada “sociedad” cierra esta resonancia con el aporte de la profesora Paola Rubio (El medio es el aprendizaje - HojaBlanca.Net) a este interesante debate: “La apatía y la mediocridad de estudiantes y profesores se deriva de la falta de consenso sobre el significado de la palabra Educación. La academia, la escuela, los docentes y los estudiantes no son los únicos responsables del éxito de un proyecto educativo; ese consenso es de carácter nacional e involucra a todos los ciudadanos. De nada sirve emitir un mensaje en el aula, cuando se pelea contra una cultura de padres y docentes que no dimensionan el verdadero sentido de la educación, o contra una cultura mediática que genera actitudes contrarias, en lugar de participar en estos procesos […] No responsabilizo aquí sólo a los profesores ni a la academia, responsabilizo a la sociedad entera”.
Un
fragmento de la carta del catedrático Jiménez que me gustó mucho fue el que
alude a la opulencia de sus alumnos: “Estudiantes de Comunicación Social entre
su tercer y su octavo semestre, que estudiaron doce años en colegios privados.
Es probable que entre cinco y diez de ellos hubieran ido de intercambio a otro
país, y que otros más conocieran una cultura distinta a la suya en algún viaje
de vacaciones con la familia. Son hijos de ejecutivos que están por los 40 y
los 50, que tienen buenos trabajos, educación universitaria. Muchos,
posgraduados. En casa siempre hubo un computador; puedo apostar a que al menos
20 de esos estudiantes tiene banda ancha, y que la tele de casa pasa encendida
más tiempo en canales por cable que en señal abierta. Tomaron más Milo que
aguadepanela, comieron más lomo y ensalada que arroz con huevo. Ustedes saben a
qué me refiero”. Esto le dolió a Victoria Tobar, la inmolada alumna de
Comunicación Social de la
Javeriana, porque se sintió aludida: “Me parece que su
argumento, básicamente, es que sus estudiantes deberían saber escribir un
resumen decente porque vienen de familias bien, comen bien y estudiaron en
colegios bien. En ese orden de ideas, si bien entiendo tomar aguadepanela,
comer huevito con arroz, tener un papá carpintero o celador y no haber salido
nunca del país son condiciones de la existencia que atrofian el cerebro, la
capacidad de análisis y la actitud crítica. Su
declaración es sumamente injusta. Es una extensa –y en varios puntos, desacertada– crítica de la disposición actual de los estudiantes hacia el
aprendizaje”.
El Ave Fénix
Queda claro en
la renuncia del catedrático Jiménez que la inconformidad mayor del docente fue
en relación con la profanación de un territorio simbólico llamado aula o, mejor, un espacio también
simbólico llamado clase. En esa
asignatura –Evaluación de Textos de No Ficción–, en esa área –Producción
Editorial y Multimedial– y en esa carrera –Comunicación Social– lo esencial es
la lectoescritura; la queja del catedrático debe entenderse en el sentido de la
incompetencia lectoescritural de sus estudiantes: “Quizá la lectura sea ahora
salir al mar de Internet a pescar fragmentos, citas y vínculos; y, en
consecuencia, la escritura se esté mudando a esas frases sueltas, grises, sin
vida, siempre con errores”.
Dos autores
nos pueden ayudan a entender el anterior argumento. Antanas Mockus, sobre la
escritura académica: “La universidad es un mundo donde conocemos y nos comunicamos
de una manera en principio bastante diferente de la manera en que se dan la
comunicación y el conocimiento fuera de la universidad […] La escritura
académica ayuda y en cierto sentido obliga a alejarse del aquí y del ahora y de
todas las peculiaridades de los interlocutores particulares que comparten este
aquí y ahora” (Pensar la universidad).
Y Elvira Narvaja et al., sobre la
lectura académica: “Las prácticas de lectura que realizan los estudiantes
universitarios en relación con sus carreras tienen una especificidad que las
diferencia de las que se realizan en otros ámbitos: por los textos que se leen,
por los saberes previos que suponen, por los soportes materiales que predominan
en la circulación de los textos a ser leídos, por la presencia de la institución
académica como mediadora de esa práctica lectora, por la finalidad de la
lectura; de modo que es indispensable que el alumno/lector aprenda cuanto antes
los códigos que regulan la actividad lectora en la universidad y esté alerta
para no confiar solo en los modos en que ha leído en otros ámbitos –incluso
dentro de las instituciones educativas previas–” (La lectura y la escritura en la universidad).
Conocer y comunicarse en forma diferente y leer y escribir de manera diferente es lo que obliga al estudiante a asumir el aula universitaria (la clase) como un lugar sui géneris, al que se entra como a un quirófano: desinfectado, desconectado, desenchufado. El catedrático Jiménez se lamenta de la ausencia de concentración: “Insistí siempre en la participación en clase para fomentar actividades que noto algo empañadas en la actualidad: la escucha atenta, la elaboración de razones y argumentos, oír lo que uno mismo dice y lo que dice el otro en una conversación”. Eso se llama continuar enchufado al mundo exterior, o sea, seguir en clase conectado al celular, al BlackBerry, al iPad, al portátil. En la entrevista de RCN Radio, el catedrático lo dijo claro: “Tenemos que cuidar el silencio, respetar el sagrado derecho a estar desconectados […] Tratar de tener un espacio para depurar la información; en la introspección, la soledad y el silencio nacen las ideas y las preguntas” ("Tenemos que cuidar el silencio, respetar el sagrado derecho a...).
Cuando el
catedrático Jiménez habla del silencio no se estaba refiriendo a ese impuesto
por la religiosidad del templo, ni a ese connatural al mundo castrense, ni al
silencio de sobrevivencia de los avatares conyugales. Se estaba refiriendo al
silencio que funda el respeto por el otro, tal como lo señalara Lyotard: “El
alumno tiene la capacidad de hablar, pero él debe conquistar el derecho, y para
este fin debe callarse. Esta puesta en suspenso de la interlocución impone un
silencio, y este silencio es bueno. No menoscaba el derecho a hablar, sino que
enseña su precio. Es el ejercicio necesario para la excelencia de la palabra.
Así, pues, el escolar, los escritores, los artistas, los sabios, los novicios,
deben retirarse [los ‘retiros’ espirituales de los religiosos] para aprender lo
que tendrán que decir a los otros. El maestro, cualquiera sea el nombre que
tenga, los excluye del uso de la palabra para decirles algo que no saben […] El
silencio impuesto por el aprendizaje civilizador es el momento de un trabajo de
extrañamiento. Se trata de poder
hablar de manera distinta a como es mi costumbre, y decir algo distinto a
aquello que sé decir” (Lyotard - Los
Derechos Del Otro).
Donde hubo
fuego las cenizas quedan, y un poco de humo; elmundo.com publica el 22 de
diciembre dos columnas interesantes sobre el tema de la renuncia del
catedrático Jiménez (“La renuncia de un Profesor” y “¿Policías y ladrones en el
aula?”); y elespectador.com apaga la
fumarola por el 2011 el 23 de diciembre con la columna de María Elvira Samper
(“La alegría de leer”). El ceniciólogo ya puede empezar a interpretar dichas
cenizas. Dos frases sueltas del catedrático me bastan para dar una opinión
sobre el incendio que provocó la misma Pontificia Universidad Javeriana
–gracias a sus vínculos con El Tiempo–
para bien de la comunidad pedagógica colombiana. Las declaraciones son estas:
“Algo está pasando en la educación básica, algo está pasando en las casas de
quienes ahora están por los 20 años o menos” (Camilo Jiménez
renuncia a cátedra de Comunicación
Social) y “Camilo Jiménez contestó que por lo pronto no
reconsiderará su renuncia, porque quiere aprovechar este espacio para leer
sobre cómo transformar la comunicación en la educación” (http://www.rcnradio.com/node/124912#ixzz1gu2w2cFL).
Lo que pase en
la educación básica y en las familias no incide directamente en el aprendizaje
de los saberes académicos o especializados de las profesiones (cf. La noche de su desvelo de Helí Ramírez).
La universidad es un campo de concentración muy parecido a las concentraciones
de los deportistas antes de salir a competencia; en estas concentraciones se
hacen y aprenden cosas que demandan una especie de conversión en el lenguaje y
en las formas de reflexión, como lo ha dicho Alvin Gouldner (El futuro de los intelectuales y el ascenso
de la nueva clase). No todos los que ingresan a la universidad acceden a
dichos saberes. Es más, la universidad cumple otras funciones más allá o más
acá de las cognitivas: facilitar el ascenso social, servir de agencia
matrimonial, brindar estatus a sus cofrades, contribuir el proceso de formación
de la personalidad de los estudiantes y maquillar el currículo de los
profesionales catedráticos. Esto último es importante saberlo: de los seis mil
catedráticos con que cuenta la
Universidad de Antioquia, sobran dedos de la mano al contar
los pedagogos; y de los mil profesores vinculados, el porcentaje que sabe –y
aplica– pedagogía es bastante reducido.
El asunto es
sencillo. Esas carreras que se llaman “ciencias de la” (salud, educación,
comunicación, económicas, contables, agropecuarias, sociales y humanas, exactas
y naturales) enganchan instructores (catedráticos) –como lo era Jiménez en la Javeriana– para que
“enseñen” los saberes específicos de esos archipiélagos. La didáctica y la
pedagogía brillan por su ausencia (“mientras la didáctica se preocupa por los
métodos y las técnicas [de enseñanza] y por tanto se rige por el ajuste
racional de medios a fines, la pedagogía se ocuparía de las condiciones básicas
que hacen posible una relación cognitiva fértil” –Mockus, Antanas et al., Las fronteras de la escuela–). La
profesora Rubio (El
medio es el aprendizaje-HojaBlanca.Net), parodiando a Mac Lujan
(quien había sentenciado que el medio es el mensaje) cree que el medio es el
aprendizaje. Y así es; pero ¿habrá aprendices sin pedagogos? Muy difícil.
Epílogo
Qué bueno que
el catedrático Jiménez quiera leer sobre cómo transformar la comunicación en la
educación. La disciplina que se ajusta a dicho deseo se llama Educomunicación,
y parte del supuesto según el cual “la competencia pedagógica sería una
competencia comunicativa, especialmente desarrollada en cuanto a las
posibilidades de suscitar y adelantar procesos de discusión racional, de
involucrar de manera afortunada el saber socialmente decantado por escrito y de
apoyarse en la discusión y en la tradición escrita para reorientar la acción”
(Mockus et al., ibid.). El catedrático Jiménez debe empezar con dos documentos
sencillos y disponibles: “Semiótica y comunicación” (personal.telefonica.terra.es/web/mir/ferran/semiotica.htm)
y “Hacia una semiótica de la educación” (Redalyc-
Artículo: HACIA UNA SEMIÓTICA
DE LA EDUCACIÓN - Re). Ese es otro mar, distinto al de
Internet. Ya lo dijo el aforismo popular: quien no se hace a la mar no corre el
riesgo de naufragar; pero ah si se priva de conocer cosas fantásticas.
1 comments:
muy bueno este artículo, seguí esta polémica, tan interesante, que Victor expone tan lúcidamente a la vez que le agrega algo de luz. Habrá que tomarse un rato más para leer el último artículo que recomienda. Internet es un invento ya cincuentón, su importancia en las nuevas generaciones hace ineludible el que se den este tipo de reflexiones. mejor si las hace un especialista como victor.
me gustaría que nos regalara otro artículo a propósito de internet. restula claro que está transformando nuestra manera de leer el mundo, de leer, y que los profes tienen un reto importante: antes nos enseñaban a leer y el placer sublime de aprender aquello era llegar a leer libros, preguntar algún día: "has leído el Ulises?". curiosamente, en internet los llamados amantes de los libros tienen un espacio bastante importante, del que dan testimonio muchas buenas webs como elboomeran.com, revistaenie.clarin.com, babelia de elpaís, las mismas elmalpensante.com y revistaarcadia.com de colombia, etc. sirve que los profesores de áreas afines a la literatura se enteren del gran material de que disponen... el desdén por lo que ocurre en internet (he oído de profes que dicen no saber si hay vida más allá de hotmail o gmail) es una nueva forma de la ignorancia, qué falta de curiosidad.
recomiendo mucho elojoenlapaja.blogspot.com, el blog de camilo jimenez, para los que descreen de la blogósfera colombiana pero aman la literatura.
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