18 oct 2011

Los despobladores

Una crónica sobre el delicado problema del paramilitarismo en Girardota, sobre el que mucho se rumora, pero poco se sabe.


La vereda Juan Cojo queda hacia el lado suroccidente del municipio y es pura montaña.  Muchos la conocerán por ser el camino de los peregrinos que van hacia el Alto de la Virgen, lindando con Guarne. A la virgen será encomendarnos para escribir esta historia. 


Todo el mundo en Girardota sabe que allí tenían su finca los paramilitares, La Finca, que abarca casi todo el territorio de la montaña que uno puede agarrar con la mirada. Producía leche, se trabajaba con ganado, marranos y se criaban caballos de paso fino. Convivían con los campesinos. Usaban sus teléfonos, descansaban en sus casas, comían y dejaban una propina de vez en cuando. Les hicieron el “favor” a la comunidad de “limpiar” la zona. Muchos hijos de la vereda fueron ajusticiados. Se dice que la policía y el gobierno local estaban informados de lo que ocurría.
De vez en cuando algún helicóptero aterrizaba en la finca, con visitantes desconocidos y hasta carros de la policía se veían subir. Una vez, incluso, sonaron unas detonaciones y al otro día la vereda se enteró dizque la guerrilla les había hecho un atentado. Se rumorea que tenían hasta cementerio propio.
Pero luego de la desmovilización (o la “farsa” de la desmovilización como la llaman algunos analistas del país) las cosas cambiaron. La finca fue despoblada. Se dejaron de ver hombres con radios y con armas por la zona. Se apagaron los poderosos reflectores y dejaron de subir carros ostentosos. Se fueron los reconocidos patrones y otros llegaron administrar.
En predios que lindan con la vereda La Calera, despoblada por ellos a un campesino de Juan Cojo se le permitió a un campesino (nos reservamos el nombre) cultivar una cuadra. Era un rastrojero, muy empinado. Durante 6 años sembró y mantuvo, él solo, cientos de matas de plátano, yuca, caña de azúcar, maíz. Es un campesino pobre, de 67 años, que durante la semana “jornalea” en una finca de la vereda y que los fines de semana se madrugaba en su caballo para el “pedazo”  y lo trabajaba todo el día, arduamente, como requieren estos cultivos. Si llovía se metía bajo una piedra, cubierto con un plástico. Si hacía mucho sol buscaba la sombra bajo unos árboles. El producto de su trabajo, en pequeñas cargas, lo repartía para el consumo de sus hijos.
Hace algunos días el nuevo administrador de La Finca le dio razón de que no podía seguir trabajando el terreno. No le hizo caso, pues resultaba injusto, no iba abandonar así como así el producto de tantos años. Días después madrugó para el “pedazo” como estaba habituado y lo que encontró lo dejó consternado. No lo esperaba.  Se tuvo que regresar para su casa con las manos limpias, con un nudo de rabia e impotencia. Las vacas de La Finca habían destruido los cultivos y un machete hostil había derribado las plataneras, para que los animales se las comieran. No saben cultivar, porque son es ganaderos y no pueden apreciar lo que destruyeron vilmente.
A sabiendas de que existe “La ley”, el campesino bajó al pueblo a poner el denuncio. En la inspección le tomaron su declaración y lo mandaron con una boleta de citación para el administrador de la finca. “Sírvase comparecer ante este despacho…”, etcétera. Es cuando entra el miedo. En un país civilizado las cosas deberían funcionar. Habría justicia. Pero aquí tenemos a un campesino, con su ropa de domingo, habiendo pedido permiso en su trabajo para hacer esta diligencia, pensando en las palabras de sus hijas y su mujer: “no se ponga a denunciar esa gente, que esa gente es peligrosa”. Inspirado por estos pensamientos y en acuerdo con el inspector decide averiguar primero quién es “esa gente” antes de irles con la boletica, que pudiera ser su sentencia de muerte. Como en el pueblo vive una señora de la vereda, que seguramente los conoce, decide ir a visitarla para exponerle su caso y preguntarle.
La señora, campesina también, estuvo en días recientes en su casa en La Calera. En los años del paramilitarismo fue obligada a vender sus predios bajo presión, como muchas personas, por lo que hoy la vereda es prácticamente un desierto. Recorriéndola se siente uno en otro país, no sólo por el frío que hace, sino por la hierba crecida de los caminos, la escuela casi abandonada. La campesina se ha visto en la necesidad de retomar su casa y sus cultivos, como quieren tantos campesinos colombianos. Estando allá pasó un trabajador de La Finca, el que cuida el ganado, quien al verla como instalada le dijo sin vacilar que no se podía quedar ahí. “Me quedo”, le respondió valiente. El trabajador dio una vuelta por los alrededores y se fue. Al rato regresó con un celular y se lo entregó.  “No puede quedarse, váyase por usted misma o sale con los pies por delante”. Decidida a retomar su casa, se fue para la fiscalía de Medellín a exponer su caso, para acogerse a la Ley de Restitución de Tierras. La cosa está en veremos.
Y ahora el viejo campesino de Juan Cojo tiene que irse para Medellín a buscar Justicia. En Girardota no la encontró.


3 comments:

Anónimo dijo...

Hay uribe!!! Estas herencias tuyas...

Juan Marías dijo...

Y uno que cree que esas cosas no pasan por aqui.

Anónimo dijo...

Por eso los gringos siguen tratandonos como indios que somos, machete a la mano, degollando nuestros hermanos por 5 pesos y un trago de guaro