17 oct 2011

Política provinciana



Con los ojos cerrados. Los oídos tapados
Por: Carlos Gutiérrez, publicado en Lemonde Diplomatique.

Pasan tantas cosas y, sin embargo… como el avestruz. Los comicios del próximo 30 de octubre en Colombia tendrán lugar en medio de la mayor crisis que haya afectado al sistema mundo capitalista, pero los discursos, los análisis y las propuestas que hasta ahora levantan los numerosos aspirantes a regir las alcaldías municipales y las gobernaciones ocultan esta realidad. ¿Qué esperar entonces de quienes aspiran a concejales y ediles? 


Aislamiento y silencio histórico. Una característica muy notoria de la vida colombiana, de sus gobernantes, es el aislamiento de la vida internacional, aunque litigan en sus estrados. Contrario a sus inmensas posibilidades, por ser una nación con múltiples fronteras, el liderazgo de su dirigencia en la región, y mucho más allá, ha sido escaso, con excepción de Gaitán, cuando despunta –caso Alberto Lleras– supeditado como norma a los intereses y designios de la potencia del norte. Y el efecto de esta herencia pesa sobre la vida cotidiana de los colombianos, a pesar de que en la actualidad, por aquello de las comunicaciones en tiempo real, están rotas las distancias y las fronteras.
Muy a pesar de esta realidad e igualmente de las informaciones que día tras días llegan desde todas las coordenadas, los debates nacionales suceden uno tras otro sin prevenir o retomar como factor no desdeñable todo aquello que sucede más allá de nuestros territorios locales y regionales. Nada más un ejemplo, el tema de la economía de mediano y largo plazo no aparece en la agenda electoral. Sin duda alguna, cala muy profundo, domina una política de parroquia con graves consecuencias para el presente y el futuro de quienes vivimos aquí.
Ese aislamiento de los nuevos hechos continentales y de la realidad mundial tanto del poder político y económico como de quienes buscan salidas, es una política limitada, autodestructiva, que desaprovecha nuestras ventajas y la honradez y la indiscutible laboriosidad de nuestra gente sencilla, pues no recoge al menos algunos de los fundamentos esenciales de la ciencia política y el gobierno, a saber: la política y la dirección gubernamental son por excelencia previsión, proyección, adelantamiento. Unos principios de la política y el buen gobierno que, para poder aplicar en todas sus implicaciones, obliga a quienes pretendan actuar como líderes de la sociedad a tener una posición de honradez ante la vida y la sociedad, una mirada cabal, integrada o contextualizada del entorno.
Con los ojos cerrados ante realidades y cambios tan notorios, en nuestro país se acepta de manera entusiasmada el papel de mero extractor de recursos del subsuelo, a sabiendas de que es un espejismo pasajero del que, incluso los más optimistas, se pronostica una expectativa de vida no superior a década y media. Son recursos e ilusiones efímeras que en las regiones y en sus líderes no alcanzan a despertar prudencia ni prevención sobre los efectos de las bonanzas súbitas y temporales. En nombre de la unidad de caja presupuestal, los candidatos no se atreven a amarrar los ingresos ocasionales a obras de largo plazo y alto impacto social, ofreciendo, sin sustento razonable, inversiones poco sostenibles. Entre tanto, los colectivos no avanzan en organizarse para exigir que sea explícito el destino de esos recursos y que tengan objetivos mediatos e inmediatos.
La disputa transcurre por las viejas vías de un discurso gastado, de un repetir sin asomo de propuestas de quiebre en un mundo obligado a fuertes cambios. Tanto el escenario de la multipolaridad como la fuerza ya innegable de los países emergentes –Brasil, Rusia, India, China; que recuerdan el momento en que Chou-en Lai, Nasser, Nehru y Sukarno le dieron esperanzas al mundo con la creación del Movimiento de los No Alineados– constituyen espacios de acción que nadie parece considerar. Impulsar desde los gobiernos locales fuertes alianzas con China, India o Brasil (los casos más relevantes), a fin de compartir experiencias, no es un asunto marginal cuando esas naciones tienen grandes excedentes y toda la intención de extender sus puntos de intercambio.
Con los pies en el mundo, la osadía debe ser una virtud En momentos de turbulencia, la imaginación y la osadía son virtudes, y, en la política y los políticos, condiciones necesarias si de verdad buscan que las sociedades sorteen con éxito sus dificultades. Y este es parte del llamado de nuestro tiempo. El ya no tan nuevo concepto de globalización, que nos invita a pensar globalmente y actuar localmente, muestra hoy toda su dimensión. No podemos desconectarnos del acontecer mundial y tampoco ser veletas de sus efectos, por lo cual el parroquialismo de nuestra política es hoy –más que antes– una seria amenaza para el devenir, y las exigencias de futuro mejor que pasan por conocer nuestro entorno más amplio y el desafío que representa una crisis de la cual es necesario comprender las oportunidades que pueda contener.
Actuar de otra manera es resignarnos a improvisar: al apuro, a tomar medidas sobre la marcha –como reacción–, a “tapar huecos”. No se entiende, por tanto, que mientras el mundo vive una crisis de impredecibles consecuencias, que devela y hace temblar las lógicas del sistema político y económico que nos rige (la representación, la delegación, la relación economía-sociedad, la confianza en el desarrollo sin fin), con miles de miles de jóvenes levantados en demanda de democracia real, de educación gratuita, de igualdad de oportunidades, de empleo, de justicia, etcétera, en la parroquia la gran preocupación de los candidatos –con acomodo y sin ir a las raíces– sea la seguridad.
Con repetición de autoritarismo, como ofrecieron los dictadores del Cono Sur y el gobierno de ocho años que culminó en 2010, sin esfuerzo por elaborar nuevos contextos e identificar causas profundas, el ofrecimiento de campaña es constante en casi todas las ciudades: se ampliará el pie de fuerza, se construirán más ‘comandos de atención inmediata’ (CAI), se mejorará la inteligencia, se crearán centros de operación conjunta, se incrementará el número de cámaras, se dotará con nuevas motos y más carros a la policía, y unos pobres etcéteras.
Más promesas que, si bien la preocupación responde a las encuestas (¿quién las hace? ¿cómo se diligencian? ¿identifican problemáticas y exploran disposiciones humanas, o las usan y sirven como herramienta para crear disposiciones en la sociedad?) y asimismo a la sensación de inseguridad que parece aumentar en todas las ciudades, el ofrecimiento parece responder a una reacción visceral. E igualmente a un discurso que no ausculta en las causas profundas y en cada localidad y región de tal inseguridad, ni se pregunta, por ejemplo, ¿por qué el permanente aumento en el pie de fuerza y el incremento del presupuesto nacional no arrojan los resultados que se esperan? ¿Vale la pena –es el camino adecuado– insistir con políticas recorridas y fracasadas? Ídem “seguridad ciudadana” con sus deudas de injusta cárcel y sospecha; sangre, dolor y luto en miles de hogares inocentes.
Por tanto, estamos ante opciones marchitas que lo único que logran es predisponer a grupos sociales amplios, que ven cómo las cárceles y los cementerios están llenos de los suyos.
Ahora, amparados en la tecnología, la solución es técnica: llenar las ciudades de cámaras de seguridad. ¿Y la intimidad? ¿y la privacidad? Construir la sociedad del control se abre paso sin reparo alguno, valiéndose sus promotores –políticos de todos los colores– del miedo que cubre a amplios grupos sociales a causa del delito común, y el individualismo y ciertas complicidades con el enriquecimiento rápido que impiden que la solidaridad sirva como escudo para prevenir, en el vivir común y sus lugares, una vecindad por tratar con inclusión, una amenaza potencial o un ataque real –que aplica, por ejemplo, la comunidad indígena.
La ‘seguridad ciudadana’ llena la boca de los aspirantes. Esta es una de las grandes soluciones que ofrecen ahora por todo el país. En Medellín campean los candidatos epígonos de estas engañosas propuestas. Pelean por definir quién será el “mejor protector” de sus habitantes. Y, al tiempo que exponen sus “ingeniosas soluciones” (1), en los barrios periféricos las bandas juveniles se multiplican y consolidan un control territorial: ¿por qué? ¿cómo? ¿qué los motiva? ¿estarían dispuestos a organizarse y proceder de otra manera y con otras aspiraciones? Nada dicen las campañas sobre el particular.
El lugar común, lo esencial, con la venia del poder, es la represión; con silencio para la totalidad del ser humano, y con respecto de soluciones alternativas ante nuestras cotidianidades que también reclaman en aspectos como el colapso del transporte urbano. Represión como único dogma de la oferta electoral, sin miramientos ante muchos temas como la crisis ambiental que ahora despierta temores de todo tipo. Al respecto, la gran propuesta que explayan unos y otros son “autopistas concesionadas”, “segundos pisos”, “túneles”, ampliación de carriles. Más de lo mismo. ¿Por qué las ciudades siguen creciendo alrededor del automóvil? ¿Por qué el automóvil no se ajusta a la realidad de nuestras ciudades? ¿Es imposible parar o limitar el vaciado de cemento que cubre muchas de las tierras más fértiles del país? ¿Es imposible repensar los modelos de organización urbana y territorial?
Como disculpa, si nos resignamos a los discursos de los políticos –a los resultados de las encuestas–, se afirma que esto es lo que demanda la gente (¿cuál gente?, ¿la minoría que tiene carro, aún con las ofertas de crédito o de que cada quien compre diferido su crédito por años?). ¡Y no se puede contradecir! Así, desde este pragmatismo, nos adentramos en un callejón sin salida: la ciudad fordista, sin viabilidad ambiental ni lógica económica, y sin posibilidades de estabilidad. La misma que recibe, a pesar de que no soporta ya los miles de miles de nuevos carros y motos por año. Pero, con la lógica del mercado, los intereses de los empresarios prevalecen sobre lo público.
Resulta indispensable señalar que iguales intereses y visiones predominan en el gobierno, y por su conducto en la sociedad, a la hora de pensar en iniciativas de solución para los millones de quienes padecen en forma permanente o reiterada el desempleo o la informalidad en su situación laboral. Las propuestas que levantan los candidatos a la pregunta por el empleo no trascienden de lo elemental (microempresas, pequeñas empresas, microcréditos, capacitación tradicional), es decir, de opciones que dejan a miles de personas a expensas de lo que puedan hacer, en medio de mercados cada vez más monopolizados. Por ninguna parte se escuchan ni se leen proposiciones con salidas estratégicas o ideas alternativas que impliquen un esfuerzo concertado de los entes nacionales, regionales y locales.
Tampoco se intenta una planeación y proyecciones que potencien los recursos de todo tipo con que contamos, con una leve certidumbre al menos de encontrar por esa vía las esperadas soluciones de largo plazo para un problema –el desempleo– que sumerge en la intranquilidad y la pobreza a miles de familias. Y que, según los indicadores de crisis, se mantendrá o irá en aumento global.
Pese a lo anterior, algunos candidatos llegan a prometer la creación de miles de empleos, eso sí, transitorios y tradicionales (2). En esta forma, en un ritmo cíclico, los grandes problemas que padece nuestra sociedad están sin solución a la vista, e incluso más hondos. Sin embargo, por variadas coordenadas, la juventud exige trabajo digno o, en su defecto, ingresos que le permitan vivir, de igual manera, en dignidad.
Al mismo tiempo, en nuestra región del Sur, como intento de cambio, algunos países emprenden caminos propios, y pese a su incipiente recorrido, y a los errores y debilidades que se pueden evidenciar, alimentan la sensación de que se pueden ensayar otras rutas. Aquí, en nuestro debate interno, no son el humanismo y la frescura el estimulante de las propuestas lo que se destaca. Prevalece la parálisis en las iniciativas. El mundo se mueve cada vez más rápido; pero, a la vez, abre y deja resquicios que no sólo permiten sino que además demandan autonomía, mostrando que tomar el destino en las propias manos es posible. ¿No es, entonces, la hora de atreverse? ¿Por qué los políticos de todos los colores guardan silencio ante estas evidencias?
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El problema del empleo, sin solución inmediata (por la destrucción de la economía real a manos de la especulación y, en nuestro caso, además, por el regreso a la economía del siglo XIX), demanda de los políticos sumo compromiso e imaginación con la situación social. La misma que reclamaría en todo caso mayor participación del Estado en la construcción de nuevas líneas de producción, mayor cooperación social, equilibrio natural y complemento con otros países en iniciativas de integración endógena y no sólo comerciales. Por tanto, hace falta un Estado que no someta el interés general a la lógica del empresariado; un Estado dispuesto a garantizar la justa redistribución de la riqueza.
Hoy sucede todo lo contrario: el Estado está bajo control y dominio de los intereses privados. Así, quienes son elegidos para defender lo público terminan actuando en contravía del mandato de sus electores. Por esta vía y tales procedimientos, la democracia queda reducida a una formalidad, a un rito periódico, capturado por los negociantes y el tráfico de las voluntades frente al voto.
Estado expropiado. Economía privatizada. Democracia formal. Unos manchones frente a los cuales no es casual que los manifestantes movilizados por Europa exijan “Democracia Real”; es decir, que demanden el regreso del poder al constituyente primario, al tiempo que el Estado asuma su responsabilidad con los asociados, y se sacuda de los intereses empresariales que ahora lo tienen controlado y puesto a su disposición.
Hasta aquí, un recuento breve de algunas expresiones de una forma de organización social en crisis. Hay muchas más, ninguna de las cuales se puede pasar por alto a la hora de hacer política. Y, en nuestro país, ¿continuarán, se podrán plantear medidas alternativas válidas de oposición sin tomar en cuenta la crisis que sacude al sistema global?
Las épocas de fuertes sacudidas requieren acciones reflexivas y novedosas. Una brújula bien calibrada y un norte bien marcado, pero también un espíritu flexible y una vista y manos ágiles. En contrario, si algo caracteriza la campaña es su marcada languidez y monotonía, sin que ni siquiera la sorpresa mediática se haga presente. Y desesperanzador que también quienes se inscriben en la lógica del cambio anden todavía encapsulados en la impotencia que les inoculó a los movimientos alternativos el “pensamiento único”, curiosamente el cuestionado y que hoy hace más agua con la crisis. 1 El Espectador, 21 de septiembre de 2011. 2 http://www.eltiempo.com/elecciones-2011/alcaldias-2011/home/empleo-y-vivienda-en-usme-anuncio-el-candidato-del-polo-democratico_10289724-4.