Con los ojos cerrados. Los oídos tapados
Por: Carlos Gutiérrez, publicado en Lemonde Diplomatique.
Pasan tantas cosas y, sin embargo… como el avestruz. Los
comicios del próximo 30 de octubre en Colombia tendrán lugar en medio de la
mayor crisis que haya afectado al sistema mundo capitalista, pero los
discursos, los análisis y las propuestas que hasta ahora levantan los numerosos
aspirantes a regir las alcaldías municipales y las gobernaciones ocultan esta
realidad. ¿Qué esperar entonces de quienes aspiran a concejales y ediles?
Aislamiento y silencio histórico. Una característica muy
notoria de la vida colombiana, de sus gobernantes, es el aislamiento de la vida
internacional, aunque litigan en sus estrados. Contrario a sus inmensas
posibilidades, por ser una nación con múltiples fronteras, el liderazgo de su
dirigencia en la región, y mucho más allá, ha sido escaso, con excepción de
Gaitán, cuando despunta –caso Alberto Lleras– supeditado como norma a los
intereses y designios de la potencia del norte. Y el efecto de esta herencia
pesa sobre la vida cotidiana de los colombianos, a pesar de que en la
actualidad, por aquello de las comunicaciones en tiempo real, están rotas las
distancias y las fronteras.
Muy a pesar de esta realidad e igualmente de las informaciones
que día tras días llegan desde todas las coordenadas, los debates nacionales
suceden uno tras otro sin prevenir o retomar como factor no desdeñable todo
aquello que sucede más allá de nuestros territorios locales y regionales. Nada
más un ejemplo, el tema de la economía de mediano y largo plazo no aparece en
la agenda electoral. Sin duda alguna, cala muy profundo, domina una política de
parroquia con graves consecuencias para el presente y el futuro de quienes
vivimos aquí.
Ese aislamiento de los nuevos hechos continentales y de la
realidad mundial tanto del poder político y económico como de quienes buscan
salidas, es una política limitada, autodestructiva, que desaprovecha nuestras
ventajas y la honradez y la indiscutible laboriosidad de nuestra gente
sencilla, pues no recoge al menos algunos de los fundamentos esenciales de la
ciencia política y el gobierno, a saber: la política y la dirección
gubernamental son por excelencia previsión, proyección, adelantamiento. Unos
principios de la política y el buen gobierno que, para poder aplicar en todas
sus implicaciones, obliga a quienes pretendan actuar como líderes de la
sociedad a tener una posición de honradez ante la vida y la sociedad, una
mirada cabal, integrada o contextualizada del entorno.
Con los ojos cerrados ante realidades y cambios tan
notorios, en nuestro país se acepta de manera entusiasmada el papel de mero
extractor de recursos del subsuelo, a sabiendas de que es un espejismo pasajero
del que, incluso los más optimistas, se pronostica una expectativa de vida no
superior a década y media. Son recursos e ilusiones efímeras que en las
regiones y en sus líderes no alcanzan a despertar prudencia ni prevención sobre
los efectos de las bonanzas súbitas y temporales. En nombre de la unidad de caja
presupuestal, los candidatos no se atreven a amarrar los ingresos ocasionales a
obras de largo plazo y alto impacto social, ofreciendo, sin sustento razonable,
inversiones poco sostenibles. Entre tanto, los colectivos no avanzan en
organizarse para exigir que sea explícito el destino de esos recursos y que
tengan objetivos mediatos e inmediatos.
La disputa transcurre por las viejas vías de un discurso
gastado, de un repetir sin asomo de propuestas de quiebre en un mundo obligado
a fuertes cambios. Tanto el escenario de la multipolaridad como la fuerza ya
innegable de los países emergentes –Brasil, Rusia, India, China; que recuerdan
el momento en que Chou-en Lai, Nasser, Nehru y Sukarno le dieron esperanzas al
mundo con la creación del Movimiento de los No Alineados– constituyen espacios
de acción que nadie parece considerar. Impulsar desde los gobiernos locales
fuertes alianzas con China, India o Brasil (los casos más relevantes), a fin de
compartir experiencias, no es un asunto marginal cuando esas naciones tienen
grandes excedentes y toda la intención de extender sus puntos de intercambio.
Con los pies en el mundo, la osadía debe ser una virtud En
momentos de turbulencia, la imaginación y la osadía son virtudes, y, en la
política y los políticos, condiciones necesarias si de verdad buscan que las
sociedades sorteen con éxito sus dificultades. Y este es parte del llamado de
nuestro tiempo. El ya no tan nuevo concepto de globalización, que nos invita a
pensar globalmente y actuar localmente, muestra hoy toda su dimensión. No
podemos desconectarnos del acontecer mundial y tampoco ser veletas de sus
efectos, por lo cual el parroquialismo de nuestra política es hoy –más que
antes– una seria amenaza para el devenir, y las exigencias de futuro mejor que
pasan por conocer nuestro entorno más amplio y el desafío que representa una
crisis de la cual es necesario comprender las oportunidades que pueda contener.
Actuar de otra manera es resignarnos a improvisar: al apuro,
a tomar medidas sobre la marcha –como reacción–, a “tapar huecos”. No se
entiende, por tanto, que mientras el mundo vive una crisis de impredecibles
consecuencias, que devela y hace temblar las lógicas del sistema político y
económico que nos rige (la representación, la delegación, la relación
economía-sociedad, la confianza en el desarrollo sin fin), con miles de miles
de jóvenes levantados en demanda de democracia real, de educación gratuita, de
igualdad de oportunidades, de empleo, de justicia, etcétera, en la parroquia la
gran preocupación de los candidatos –con acomodo y sin ir a las raíces– sea la
seguridad.
Con repetición de autoritarismo, como ofrecieron los
dictadores del Cono Sur y el gobierno de ocho años que culminó en 2010, sin
esfuerzo por elaborar nuevos contextos e identificar causas profundas, el
ofrecimiento de campaña es constante en casi todas las ciudades: se ampliará el
pie de fuerza, se construirán más ‘comandos de atención inmediata’ (CAI), se
mejorará la inteligencia, se crearán centros de operación conjunta, se
incrementará el número de cámaras, se dotará con nuevas motos y más carros a la
policía, y unos pobres etcéteras.
Más promesas que, si bien la preocupación responde a las
encuestas (¿quién las hace? ¿cómo se diligencian? ¿identifican problemáticas y
exploran disposiciones humanas, o las usan y sirven como herramienta para crear
disposiciones en la sociedad?) y asimismo a la sensación de inseguridad que
parece aumentar en todas las ciudades, el ofrecimiento parece responder a una
reacción visceral. E igualmente a un discurso que no ausculta en las causas
profundas y en cada localidad y región de tal inseguridad, ni se pregunta, por
ejemplo, ¿por qué el permanente aumento en el pie de fuerza y el incremento del
presupuesto nacional no arrojan los resultados que se esperan? ¿Vale la pena
–es el camino adecuado– insistir con políticas recorridas y fracasadas? Ídem
“seguridad ciudadana” con sus deudas de injusta cárcel y sospecha; sangre,
dolor y luto en miles de hogares inocentes.
Por tanto, estamos ante opciones marchitas que lo único que
logran es predisponer a grupos sociales amplios, que ven cómo las cárceles y
los cementerios están llenos de los suyos.
Ahora, amparados en la tecnología, la solución es técnica:
llenar las ciudades de cámaras de seguridad. ¿Y la intimidad? ¿y la privacidad?
Construir la sociedad del control se abre paso sin reparo alguno, valiéndose
sus promotores –políticos de todos los colores– del miedo que cubre a amplios
grupos sociales a causa del delito común, y el individualismo y ciertas
complicidades con el enriquecimiento rápido que impiden que la solidaridad
sirva como escudo para prevenir, en el vivir común y sus lugares, una vecindad
por tratar con inclusión, una amenaza potencial o un ataque real –que aplica,
por ejemplo, la comunidad indígena.
La ‘seguridad ciudadana’ llena la boca de los aspirantes.
Esta es una de las grandes soluciones que ofrecen ahora por todo el país. En
Medellín campean los candidatos epígonos de estas engañosas propuestas. Pelean
por definir quién será el “mejor protector” de sus habitantes. Y, al tiempo que
exponen sus “ingeniosas soluciones” (1), en los barrios periféricos las bandas
juveniles se multiplican y consolidan un control territorial: ¿por qué? ¿cómo?
¿qué los motiva? ¿estarían dispuestos a organizarse y proceder de otra manera y
con otras aspiraciones? Nada dicen las campañas sobre el particular.
El lugar común, lo esencial, con la venia del poder, es la
represión; con silencio para la totalidad del ser humano, y con respecto de soluciones
alternativas ante nuestras cotidianidades que también reclaman en aspectos como
el colapso del transporte urbano. Represión como único dogma de la oferta
electoral, sin miramientos ante muchos temas como la crisis ambiental que ahora
despierta temores de todo tipo. Al respecto, la gran propuesta que explayan
unos y otros son “autopistas concesionadas”, “segundos pisos”, “túneles”,
ampliación de carriles. Más de lo mismo. ¿Por qué las ciudades siguen creciendo
alrededor del automóvil? ¿Por qué el automóvil no se ajusta a la realidad de
nuestras ciudades? ¿Es imposible parar o limitar el vaciado de cemento que
cubre muchas de las tierras más fértiles del país? ¿Es imposible repensar los
modelos de organización urbana y territorial?
Como disculpa, si nos resignamos a los discursos de los
políticos –a los resultados de las encuestas–, se afirma que esto es lo que
demanda la gente (¿cuál gente?, ¿la minoría que tiene carro, aún con las
ofertas de crédito o de que cada quien compre diferido su crédito por años?).
¡Y no se puede contradecir! Así, desde este pragmatismo, nos adentramos en un
callejón sin salida: la ciudad fordista, sin viabilidad ambiental ni lógica
económica, y sin posibilidades de estabilidad. La misma que recibe, a pesar de
que no soporta ya los miles de miles de nuevos carros y motos por año. Pero,
con la lógica del mercado, los intereses de los empresarios prevalecen sobre lo
público.
Resulta indispensable señalar que iguales intereses y
visiones predominan en el gobierno, y por su conducto en la sociedad, a la hora
de pensar en iniciativas de solución para los millones de quienes padecen en
forma permanente o reiterada el desempleo o la informalidad en su situación
laboral. Las propuestas que levantan los candidatos a la pregunta por el empleo
no trascienden de lo elemental (microempresas, pequeñas empresas,
microcréditos, capacitación tradicional), es decir, de opciones que dejan a
miles de personas a expensas de lo que puedan hacer, en medio de mercados cada
vez más monopolizados. Por ninguna parte se escuchan ni se leen proposiciones
con salidas estratégicas o ideas alternativas que impliquen un esfuerzo
concertado de los entes nacionales, regionales y locales.
Tampoco se intenta una planeación y proyecciones que
potencien los recursos de todo tipo con que contamos, con una leve certidumbre
al menos de encontrar por esa vía las esperadas soluciones de largo plazo para
un problema –el desempleo– que sumerge en la intranquilidad y la pobreza a
miles de familias. Y que, según los indicadores de crisis, se mantendrá o irá
en aumento global.
Pese a lo anterior, algunos candidatos llegan a prometer la
creación de miles de empleos, eso sí, transitorios y tradicionales (2). En esta
forma, en un ritmo cíclico, los grandes problemas que padece nuestra sociedad
están sin solución a la vista, e incluso más hondos. Sin embargo, por variadas
coordenadas, la juventud exige trabajo digno o, en su defecto, ingresos que le
permitan vivir, de igual manera, en dignidad.
Al mismo tiempo, en nuestra región del Sur, como intento de
cambio, algunos países emprenden caminos propios, y pese a su incipiente
recorrido, y a los errores y debilidades que se pueden evidenciar, alimentan la
sensación de que se pueden ensayar otras rutas. Aquí, en nuestro debate interno,
no son el humanismo y la frescura el estimulante de las propuestas lo que se
destaca. Prevalece la parálisis en las iniciativas. El mundo se mueve cada vez
más rápido; pero, a la vez, abre y deja resquicios que no sólo permiten sino
que además demandan autonomía, mostrando que tomar el destino en las propias
manos es posible. ¿No es, entonces, la hora de atreverse? ¿Por qué los
políticos de todos los colores guardan silencio ante estas evidencias?
Atadura empleo-mercado
El problema del empleo, sin solución inmediata (por la
destrucción de la economía real a manos de la especulación y, en nuestro caso,
además, por el regreso a la economía del siglo XIX), demanda de los políticos
sumo compromiso e imaginación con la situación social. La misma que reclamaría
en todo caso mayor participación del Estado en la construcción de nuevas líneas
de producción, mayor cooperación social, equilibrio natural y complemento con
otros países en iniciativas de integración endógena y no sólo comerciales. Por
tanto, hace falta un Estado que no someta el interés general a la lógica del
empresariado; un Estado dispuesto a garantizar la justa redistribución de la
riqueza.
Hoy sucede todo lo contrario: el Estado está bajo control y
dominio de los intereses privados. Así, quienes son elegidos para defender lo
público terminan actuando en contravía del mandato de sus electores. Por esta
vía y tales procedimientos, la democracia queda reducida a una formalidad, a un
rito periódico, capturado por los negociantes y el tráfico de las voluntades
frente al voto.
Estado expropiado. Economía privatizada. Democracia formal.
Unos manchones frente a los cuales no es casual que los manifestantes
movilizados por Europa exijan “Democracia Real”; es decir, que demanden el
regreso del poder al constituyente primario, al tiempo que el Estado asuma su
responsabilidad con los asociados, y se sacuda de los intereses empresariales
que ahora lo tienen controlado y puesto a su disposición.
Hasta aquí, un recuento breve de algunas expresiones de una
forma de organización social en crisis. Hay muchas más, ninguna de las cuales
se puede pasar por alto a la hora de hacer política. Y, en nuestro país, ¿continuarán,
se podrán plantear medidas alternativas válidas de oposición sin tomar en
cuenta la crisis que sacude al sistema global?
Las épocas de fuertes sacudidas requieren acciones
reflexivas y novedosas. Una brújula bien calibrada y un norte bien marcado,
pero también un espíritu flexible y una vista y manos ágiles. En contrario, si
algo caracteriza la campaña es su marcada languidez y monotonía, sin que ni
siquiera la sorpresa mediática se haga presente. Y desesperanzador que también
quienes se inscriben en la lógica del cambio anden todavía encapsulados en la
impotencia que les inoculó a los movimientos alternativos el “pensamiento
único”, curiosamente el cuestionado y que hoy hace más agua con la crisis. 1 El
Espectador, 21 de septiembre de 2011. 2
http://www.eltiempo.com/elecciones-2011/alcaldias-2011/home/empleo-y-vivienda-en-usme-anuncio-el-candidato-del-polo-democratico_10289724-4.
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