Por Daiana González y Estefanía Carvajal
Bajamos
por la carrera 14, La Bolívar, esa que pasa detrás de la Catedral del
milagroso Señor Caído. Se siente, se escucha y se huele la congestión de los
últimos minutos del día y los primeros de la noche de viernes. Volteamos por la
calle séptima como si nos dirigiéramos hacia el Parque Principal, pero en la
mitad de la cuadra damos un giro inesperado para subir por el callejón favorito
de los abuelos del pueblo: La Calle del Rin.
-Buenas
noches, ¿usted conoce a don Gustavo Bohórquez?- preguntamos
a un señor robusto, amorenado, de bigote poblado y sombrero campesino que
estaba sentado en una de las aceras.
-¿Como
para qué lo necesitan?
Le
explicamos a don Gustavo cómo llegamos hasta él, y qué es lo que queremos: una
simple conversación a la que después se nos une don Secundilo Córdoba, pequeño,
delgado y sin bigote, pero sí con el sombrero campesino adornando su minúscula
cabeza. Llegamos a pensar que en La Calle del Rin el sombrero es
cuestión de etiqueta.
Don
Gustavo es el representante de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos en
Girardota, y Don Secundilo es miembro de la Asociación de Cultivadores de
Cebolla. Son los primeros campesinos que encontramos que no tienen algo que ver
con la Cooperativa de Campesinos. Y nosotras, periodistas, iniciamos la
conversación con una pregunta prefabricada.
-Gustavo:
Colombia es un país pensado arriba y ejecutado abajo sin ninguna integración
con la comunidad. Si usted es joven no tiene experiencia y le cierran la puerta
y los viejos que tenemos experiencia no tenemos tampoco acceso a nada. Hablando
de las economías campesinas, las empresas producen mucho y el campesino trabaja
es por experiencia y costumbre que porque “mi abuelo sembraba así”;
pero hay que tecnificar esos saberes.
-Secundilo:
Nosotros tenemos un problema grande y es que las grandes empresas y las
multinacionales nos dejan sin poder trabajar, sin tener forma de competir. Traen
una súper maquinaria que hace en dos horas lo que yo me demoro haciendo 4 días.
Por ejemplo: yo voy a sembrar 200 palos de yuca, que es la capacidad que yo
tengo para invertir; y llegan ellos, como lo han hecho, a sembrar tres millones
de palos de yuca.
-¿Pero
para qué?- pregunta Gustavo.
-Para
ellos llevársela y lucrarse de eso. Por lo alto, por lo grande. Mientras
el pequeño bregue que bregue ahí con sus maticas, con sus pollitos y sus
fruticas.
-
Recuerde que uno es como piensa, si uno piensa así, así es.
-No... Yo
pienso en grande.
-¿Cómo
llegaron los grandes?
-¡Ah!
Robando, con unas conexiones, yo no sé.
-Pero,
¿cómo hacían nuestros abuelos antes cuando no tenían carne? “María
Dolores: el mes que entra no tengo para comprar carne, échele maíz y yuca a los
cerdos para matarlos.” Ellos tenían esa visión de abastecerse del campo y hay
que volver a eso, es que esa es la función social de la tierra.
-Algo
que también se ha perdido es el intercambio solidario, el ayudarse
mutuamente- agregamos nosotras, las periodistas.
-Sí, eso
es el trueque, que en otros países se da; pero yo las invito a ustedes a La
Holanda que es un sector que conozco... allá no hay trueque de nada, ¿qué vamos
a hacer? Yo cultivo cebolla y la cebolla me tiene arruinado- confiesa, algo
exaltado, don Secundilo.
-Pero
tienen agua- apunta con un índice en alto don Gustavo.
-Ah, sí.
Si van a llevar agua hasta sobran canecadas... y agua buena.
Pero ahora están levantando toda esta región con empresas de
químicos y están pegando allá, entonces la cebolla la aniquilaron, los
brevos los aniquilaron. Uno se levanta por la mañana preguntándose “¿pero qué
le pasa a este palo de brevos? ¿Qué le pasa a esta mata de cebollas? ¿Qué le
pasa a esta cilantrera que amaneció dormida? ¿Qué?” ¡El sistema! ¡Los
químicos de por aquí!
-Pero
entonces la pregunta de ellas es: ¿Eso afecta la economía campesina?- don
Gustavo reitera la pregunta.
-¡Afecta
la economía campesina!- exclama convencido el hombre pequeño.
-Pero es
que también usted tiene que nutrir esa tierra.
-Mire: yo
tengo mi cultivo de cebolla y es métale y métale abono, métale
fertilizantes y todo eso, y ella de pa’tras, de pa’tras, de pa’tras,
donde anteriormente daba y no había problema.
-¿Solución?
-¿Solución?
No sé- responde cómicamente don Secundilo y estallamos todos en carcajadas.
-Ah, ese
es el problema de los colombianos, saben los problemas pero nunca buscan
soluciones.
-A ver, a
ver. Nos metieron esas empresas químicas aquí a Girardota, entonces nosotros
tenemos que salirnos de aquí a donde no haya ese problema.
-Es que
de aquí no nos podemos ir, porque aquí nacimos y nos criamos, debemos tener un
sentido de pertenencia con nuestra tierra. De aquí ni por el hijueputas nos
vamos... nos vamos pero amañando- dice con decisión el más grande.
-Y
entonces, ¿cómo hacemos para sacar esas empresas?
-Mire: se
paga una tasa retributiva y mientras yo más contamino más impuestos le pago al
Gobierno. ¿Cuánto nos paga el Gobierno por hacernos ese daño ecológico a
nosotros? Es que nosotros no hacemos más que sembrar y cultivar la tierra para el
autoconsumo, y crear excedentes para que uno no se muera de hambre.
-Y eso no
es recuperable. El daño que nos están haciendo en Girardota no es recuperable,
no, no, no.
-El
problema es que usted tiene ese suelo totalmente agotado, porque no sabemos
sino sembrar y no cuidamos el suelo, y el suelo es un ser vivo: como yo.
Entonces sembramos 50 años en el mismo predio el mismo producto, el suelo se
agota: se le agotan los elementos mayores, se le agotan los elementos menores y
la tierra queda como un desierto, porque además de eso la contaminación
es exagerada.
-Sí,
cambiar de cultivo, voy a optar por eso. Claro, porque si usted se pone a comer
todos los días arroz pues se cansa.
-Eso no
lo enseñan en la universidad, mijo. En las economías campesinas hablan
mucho de la seguridad, pero cuando el ser humano tiene hambre, mata, roba,
hace lo que sea. Cuando usted al animal no le hecha comida, se sale, eso lo
tenemos claro. Aquí no hablemos de fusiles, un fusil vale veinte y punta de millones,
con eso le hacemos una casita a una persona que no tenga. Hablemos mejor de la
calidad de vida, y no pensemos que esto se va a acabar por las políticas de
gobierno, por ese lado no es, es cuando la comunidad crea en ella misma,
eso es todo. Un congresista gana veintidós millones de pesos, ¿qué le va a
importar su vida? Y un campesino en todo el día se gana 18 mil 900 pesos, ¿qué
es eso?
-Trabajar
un día para comer un día- afirma cabizbajo don Secundilo.
-Y la
juventud: “no, que me voy a meter en esas cosas”. Es que partamos de una cosa:
somos una sociedad de consumo. Y lo otro es que no hemos aprendido a querernos,
eso es mentira que los colombianos se quieren, porque lo hemos tenido todo.
Aprendamos a construir sociedad. Tenemos las mejores flores, la mejor carne, y
la mejor carne que producimos los colombianos debe ser para exportarla, ¿y por
qué?, y aquí nos comemos los huesos, ¿pero por qué? ¿qué políticas son esas? El
ser humano, mis amores (nos mira a nosotras), se da lo que quiere,
por cada litro de agua que gastamos contaminamos 150, pero porque la tenemos.
-Entonces, ¿qué creen que tenemos que hacer en Girardota para recuperar las economías
campesinas?- volvemos a intervenir con otra pregunta, esta vez
espontánea.
-No solamente
en Girardota sino en todo el país, el cambio tiene que ser mental, si no
cambiamos mentalmente ¿para qué le metemos plata? Saber que venimos a la tierra
no a degradar lo que tenemos sino a dejarla para las futuras generaciones.
Tenemos un país pensado únicamente como urbano, desarticulado para lo rural.
Nos inventamos concursos y no sé cuántas cosas, ¿y el ser humano qué? ¿cómo
está? Muy mal, muy mal. Ahí queda la inquietud- concluye don Gustavo, y con
esas palabras también nuestra conversación.
3 comments:
excelente crónica. mejor que un montón de informes y un montón de diagnósticos y un montón de técnicos... oigamos a los campecinos.
"y nosotras, periodistas...", ay parce, uno tiene que sudar mucho para autodenominarse.
que artículo tan mal escrito.. Esto no tiene corrección de estilo, por lo menos??
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