2 ene 2012

Criado en El Barro

 LETRAS QUE SE ESFUMAN
Por Víctor Villa Mejía

 José Muñoz se crió en El Barro, después de haber nacido en Bello. Me estoy refiriendo al precursor de la canción de despecho, por cuanto Los relicarios empezaron a cultivar este género antes de Luis Alberto Posada y de Darío Gómez. Pero ¿a qué se le llama ‘canción de despecho?



Si existiera una geografía del amor, ella diría que el amor emocional, a diferencia del racional, se localiza en el pecho. La conexión cerebro-corazón privilegiaría el pecho como epicentro de ese tipo particular de sentimiento que es en-amor-arse, muy a imagen y semejanza de su expresión en inglés: fall-in-love. El campo semántico de ‘pecho’ no es muy extenso, pues se limita a ‘apechar’, asumir una carga; ‘despecho’, disgusto originado por un desengaño; ‘pechar’, desafiar a una persona y ‘sospecha’, imaginación de una cosa con fundamento en apariencias (sos- es el mismo sub-, debajo, como en ‘sopapo’, golpe debajo de la papada).

El pecho se convierte, entonces, en el continente donde habitan contenidos como el ánimo –el alma–, el afecto, el cariño, el amor y la vida. Para el despecho, el pecho es la morada del corazón, unas veces maltrecho y otras desecho. Dicha geografía del amor –y del desamor– se ratifican desde la última parte del anónimo poema ‘El duelo del mayoral’ hasta el clásico del despecho titulado ‘Solitario’ (el himno del despechado). Dice el Indio Duarte: “El machete en la mano temblome con rabia / Lo hundí en su pecho con odio y con furia / Rasgué su carne buscándole el alma / Porque en el alma se llevaba a mi hembra / Y yo no quería que se la llevara”. Y dice el tolimense Raúl Santi: “Solo y triste me verás hasta que pueda / arrancarte de mi pecho con el vino / solitario me verás hasta que muera / maldiciendo mi desgracia y mi destino. Mala suerte me trajeron tus amores / me dejaron solo angustias en el pecho / hoy por ella yo emborracho mis dolores / hoy por ella solitario yo me muero”.

Ese continente ‘pecho’ funda, por la vía del prefijo des-, otro campo semántico bien interesante: el desamor (falta de afecto o correspondencia al cariño de otra persona); el desconsuelo (angustia, aflicción profunda, tristeza, melancolía); el desengaño (conocimiento de la verdad con que se sale del error en que se estaba, efecto de ese conocimiento en el ánimo); la desesperanza (estado del ánimo en que se ha desvanecido la esperanza); la desgracia (mala suerte, acontecimiento funesto); el descorazonamiento (caimiento de ánimo); la desilusión (pérdida de la ilusión); el despecho (malquerencia nacida en el ánimo por desengaños sufridos en la consecución de los deseos o en los empeños de la vanidad); la desventura (mala suerte o desgracia). A través de las nociones de carencia y ausencia, de pérdida y de faltante –des = sin– el despecho deviene negación del continente, con todos sus contenidos, y por esa razón es válido catalogarlo como enfermedad, i.e. el famoso mal de amor.

Que la enfermedad del despecho se asocie con pobreza, es falso. Que se refiera a un segmento de edad específico, es discutible. Que ataque solo al género masculino, es indemostrable. Que sea voceada únicamente por la música guasca o de carrilera, es insostenible. Y que se localice específicamente en los sectores populares, es temerario sostenerlo. Que la canción y la música de despecho se incluyan en la cultura popular es diferente, a condición de que esta se esté oponiendo a la cultura culta o académica.

Una canción como ‘El hombre que perdió sus ilusiones’, de Sandro de América, ratifica lo anterior: no era para pobres, ni para campesinos, ni para adolescentes, ni para hombres –el ‘hombre’ del título es genérico–, ni tiene que ser balada, y en estricto sentido no fue ni es una canción popular. La letra dice: “Cuando un hombre pierde sus ilusiones / cuando un hombre deja ya de sonreír / y en su alma no existen más pasiones / es un hombre sin ganas de vivir. Cuando mira al mundo indiferente / cuando deja el tiempo transcurrir / vive muerto y en su alma adormecida / ya nunca más podrá sentir cerca de él / el fuego ardiente del amor / ni el soplo cálido de fe que da la vida. Tampoco ya podrá mirar / hacia los cielos y reír / ni descubrir en su ventana / un nuevo día. Cuando un hombre cobija la tristeza / y en su alma se anida el dolor / es que el mundo ha golpeado con fiereza / y a matado de a poco su ilusión. Si se apaga la chispa de su vida / y su estrella elegida se perdió / se ha perdido también junto con ella / la esperanza que ya jamás encontrará. Porque se ha hundido en el mar / que esa lágrima final de una agonía / y en silencioso funeral / ha de enterrar su corazón / acompañado de un cortejo / de ilusiones que se van / que se van, que se van”. 

Lo mismo sucede con el vallenatoMalo’. Sin quererlo, puede ser la versión moderna del despecho. En su coro los Genios del Vallenato dicen que “Mi corazón lo voy a poner malo / la que venga me la gozo y la despacho / y no me entrego a nadie / no me enamoro de nadie / y así sabroso la paso / y no me enamoro más / de mí no se burlarán / porque ahora voy a ser malo”. (Alguna cercanía guarda este coro con la amenaza de El gato bandido, de Rafael Pombo: “Michín dijo a su mamá: / ‘Voy a volverme Pateta / y el que a impedirlo se meta / en el acto morirá. Ya le he robado a papá / daga y pistolas; ya estoy armado y listo y me voy / a robar y matar gente / y nunca más (¡tenlo presente!) / verás a Michín desde hoy”).
    
La desilusión (el despecho) se convierte en un hecho sociocultural adscribible en un dominio que alguna escuela antropológica denominó los frentes culturales. En la acepción de Jorge Gonzáles –Cultura(s)– los frentes culturales son complejos de significantes iguales, comunes y transclasistas bajo los cuales se encuentran diversos grupos y clases sociales, portadores de volúmenes desiguales y desnivelados de capital cultural. Los frentes culturales se constituyen como espacios sociales, entrecruces y haces de relaciones no especializadas, que los grupos elaboran sobre las necesidades, las identidades y los valores inherentes a la vida cotidiana. Estos elementos transclasistas son las formas culturales que todas las clases viven como “elementalmente humanas”. La construcción y reinterpretación semiótica de dichos elementos culturales (necesidades, identidades y valores) constituyen prácticas y discursos localizables en todos los segmentos de una sociedad. Los llamados rituales de paso (el nacimiento, la muerte, el cambio de estado civil, la graduación o la jubilación) ejemplifican estas prácticas culturales exclusivas de los homínidos y por tanto elementalmente humanas.

Así, es también elementalmente humano el desamor o el amor imposible (el prohibido o el incestuoso): detonadores del despecho. Por eso, el estudioso de la canción popular Juan David Arias (“Figuras de la muerte en las canciones populares de Antioquia”, Revista de Extensión Cultural Universidad Nacional de Colombia, Medellín, No. 48, 2003, p. 57-70) se refiere a la canción de madre como constitutiva del despecho. Y al inventariar los síntomas del despecho –del mal de amor– va a hacer aparecer el desánimo como la causa más cercana de la pulsión de muerte. Es cuando el efecto –el despecho– se vuelve causa –del desánimo–. En otras esferas de lo humano –no abordadas por el autor–, el despecho también puede ser causa: de cierto bloqueo mental, cierto enrarecimiento, cierto obstáculo epistemológico que impiden el discernimiento, la elucubración, la elucidación; es lo que se lee entrelíneas en la siguiente cita, como si se tratara de los hombres que perdieron sus ilusiones, a los que se había referido Sandro. En un periódico de Armenia, llamado Ejemplar. El Periódico de la Reconstrucción, en el artículo titulado “El despecho nos está matando” (No. 30, jun. 2000) su autor opina que la música llorona, el aguardiente y el abandono a lo productivo e intelectual configuran la cultura del despecho: “Esta consiste en que sicológicamente las personas se dan a un abandono de su personalidad, de las actividades cotidianas y de las gestiones productivas; ese abandono psicológico, ese resentimiento ante la vida y esa frustración son totalmente distintos a una actitud optimista y positiva de ver la vida y los retos que ella lanza; entonces la gente se abandona a esa frustración, se dedica al trago y a la música melancólica, y deja tareas que son fundamentales en todos los frentes de la vida: la educación, la construcción de la familia, la creación de empresas, la gestación de proyectos importantes que generen empresa y produzcan desarrollo para la comunidad; la cultura del despecho, comparándola con otros patrones culturales del resto del país y de otras naciones, tiene consecuencias directas y negativas” (p. 4).     

A propósito de la presunción del autor según la cual el despecho es connatural a la región paisa –Antioquia la Grande–, el paradigma de los frentes culturales inhabilitaría el pensar que la melancolía –tristeza vaga, depresión profunda, según el diccionario– sea propia de la paisandad. Muy por el contrario, el despechado es un individuo que pertenece a cualquier etnia, siempre y cuando sea influido por los medios masivos de comunicación, especialmente la radio, en tanto difusores fuertes de la industria discográfica en lo que a la mal llamada música de despecho se refiere.

Volviendo a la idea de si esas canciones de despecho pertenecen a la cultura paisa, rápidamente hay que afirmar que no: no son paisas el tango y la milonga, no son paisas el vals ecuatoriano y el huayno peruano, ni son paisas la ranchera y el corrido, soportes dominantes todos ellos de la música melancólica. Pero, ¿qué es lo paisa? A decir verdad, pocos textos lo saben responder (el Diccionario folclórico antioqueño de Jaime Sierra García se limita a definir paisa con tres adjetivos: antioqueño, maicero, montañero). Por el contrario, en el artículo “Las múltiples identidades antioqueñas” de la edición fascicular Antioquia, su autor recurre a la variable climática para tratar de explicar el modo de ser del antioqueño y documentar el origen del término ‘paisa’. Dice: “La organización social, económica y política de la provincia de Antioquia, hacia mediados del siglo XVIII, se estableció alrededor de la ciudad de Antioquia, en la villa de Medellín y en los valles de Rionegro y La Marinilla […] La provincia tenía, pues, la  mayoría de su población asentada en tres pisos térmicos: uno caliente, otro templado y por último uno frío, ocupados históricamente por Ebéjico, Aburrá y Rionegro. Estas áreas fueron denominadas por sus habitantes como países, para diferenciarlos de las áreas vecinas. Este vocablo fue utilizado para referirse a las características ambientales del territorio y a las costumbres de pequeñas poblaciones. Un país era un espacio corto, abarcable de una sola mirada, hecha desde la torre del templo parroquial o desde la cima de una colina. Sus habitantes tenían estrecha relación con el ambiente físico ya fuera por las prácticas agrícolas, ganaderas o mineras, ya por el afecto. Así, a finales del siglo XVIII la provincia de Antioquia contaba con varios países, entre los que se destacaban Bajo Cauca, Antioquia, Medellín, Marinilla, Rionegro, Los Osos, Urrao y Los Remedios […] La presión demográfica ejercida por los habitantes que no tenían tierra y los conflictos sociales que se originaban por ello obligó a las autoridades españolas a emprender un proceso de poblamiento conocido por la historiografía colombiana como “colonización antioqueña”. Dicho sea de paso, colonización que provocó la migración de miles de personas sobre las cordilleras Central y Occidental; individuos que cuando se encontraban fuera de su patria chica se denominaban paisas, porque provenían del mismo país” (p. 43-44).

Es factible que la música melancólica de Los Cuyos y del Conjunto América haya sido exportada por los neocolonizadores antioqueños de los pisos térmicos templado y frío de mediados del siglo XX, sin que ello exima a los pobladores del piso término caliente del derecho elementalmente humano a abrazar la melancolía como forma de vida.

Las canciones de despecho son un buen pretexto para especular sobre estas complejidades, dentro de las cuales se encuentran innumerables –ismos, que siguen siendo motivo de preocupación de las ciencias humanas y sociales: el pesimismo, el fatalismo, el diletantismo y el ascetismo (con muy bajos índices en los pisos térmicos calientes, cf. ‘La plata’ de Diomedes Díaz). ¿Serán éstos –ismos también valores de la paisandad; y, convertidos en antivalores, harán parte de la cultura del despecho?

Basta entrar a You Tube, marcar Los relicarios, dar clic a algunas canciones y comprobar que el pesimismo y fatalismo, desde una perspectiva etnográfica si son valores de la paisandad. Y que José Muñoz vocea y representa parte de esa axiología. A modo sugerencia, escúchense Mujer traidora, Bebiendo y recordando, En treinta segundos, El valor de un hombre, La vida es un sueño, Estás engañada, Interés cuánto valés, La borrasca, Amor en cenizas, Tendrás que sufrir, Con qué me pagas, entre muchísimas otras de Los relicarios.  


1 comments:

M.C. dijo...

Somos tan tan complejos, que nos gastamos la vida esperando que algo increible nos pase, que el amor verdadero nos llegué, que la felicidad eterna nos embargue, siempre buscando la satisfacción en una pareja, esto realmente no pasa, debemos buscar todo esto en nosotros mismos.Esperar nada. Vivir todo.